Fragmento #4 – Imposible

8.45 AM. Casi no hay donde ubicarse en el andén de la estación Bellavista. Hay paro de buses, y todos corrieron hacia los trenes. Cientos de personas intentan hacerse un espacio para coger el próximo carro. La aglomeración es tal, que los guardias de la estación deben ordenar a la gente para que no cometa imprudencias.
Es temprano y el calor ya se siente. Es la primera mañana soleada en dos semanas. Me contenta ver el sol, pero también me desalienta saber que mi oficina será un asqueroso infierno.
Viene el carro y la gente se empuja para cogerlo. Son tan brutos que uno de ellos me bota. Caigo con la pierna derecha doblada y siento un dolor terrible. Nadie se da cuenta de que estoy ahí, perdida entre un mar de extremidades. Mi zapato fue pateado lejos y creo que me torcí el tobillo. El dolor es cada vez más intenso.
Suena la sirena. Las puertas están por cerrarse y la gente corre con más prisa. ¿Acaso nadie puede verme? ¿Me volví invisible?
Duele demasiado. Me sobo el pie y me sorprende la sangre que brota desde el empeine. Es roja y bien caliente. Tengo rabia y muchísima pena. Nadie me ve, nadie me atiende. Los ojos se me humedecen y en mi garganta se ahogan los sollozos. Pero, no. No puedo llorar frente a estos desconocidos que acaban de herirme.
- ¡Por dios!, ¿qué te ha pasado, Margarita O.? -
Levanto los ojos y no puedo creerlo. Es imposible. Mi corazón se vuelve loco y late a mil por horas. Comienzo a sudar. Me pellizco. Estoy convencida de que esto es un sueño. Una jugarreta onírica. No puede ser cierto lo que veo, lo que siento… Imposible.
El vértigo se apodera de mi cabeza y ya no pienso ni en el dolor ni en la sangre. Gabriel está cargándome hasta el policlínico de la estación Bellavista. Gabriel me lleva en sus brazos y dice que me calme que todo está bien. Gabriel corre a la gente y nada de esto puede ser cierto.
De pronto siento un líquido amargo y tibio que sube por mi esófago y escapa por mi boca. Vómito. Estoy vomitando y el fluido mancha el pecho de Gabriel, pero él no dice nada y sigue abriéndose paso por los indiferentes rostros que esperan en el andén y apenas se dan cuenta de que ahí estoy yo, cual estropajo en los flacos brazos de él.
- Tranquila. Ya estamos llegando- me susurra al oído. Siento su olor. Y me rozan sus suaves mechones rubios.
Sigo vomitando. El olor agrio me provoca más arcadas. No puede ser cierto lo que está pasando. Quiero pellizcarme, pero los brazos no me responden. Siento un pito fuerte en los oídos. Fuerte, muy fuerte. El corazón late enajenado, me zumban las sienes, se me revuelve el estómago, sudo frío y comienzo a temblar.
Otros brazos me levantan y me dejan sobre una camilla. Veo a Gabriel. Tan flaco, tan pálido y con sus ojos tristes. No puede ser cierto. Esto es un sueño o yo me he vuelto loca. Vomito con más fuerza. Los hombres me llevan y todos en la estación comentan.
Gabriel me sigue. Se ve aterrado. Tiene lágrimas en los ojos, vómito amarillento en la polera y sangre en sus brazos.
El pito en los oídos me volverá loca. La presión en la cabeza es terrible…¿Qué está pasando? Los latidos están a mil por horas, sudo frío muy frío y ese sonido agudo se acrecienta. Algo pasa. ¡Lo sé! Algo pasa y de pronto todo se va a negro…