Fragmento #13 - Allanamiento de morada

No sé si estará en casa. Al fin y al cabo, tampoco tengo ni idea de qué ha sido de su vida, ni qué horarios tiene, ni si habrá acabado su misterioso encargo. Pero es igual, sé que a David le va a gustar verme, aunque sea sin previo aviso.

Me encamino a su viejo edificio. Es curioso, he pasado tantas veces por aquí y nunca supe que en él estaba su taller. La casa, por fuera, parece que se cae a pedazos, igual que el resto de la calle. Las fachadas están húmedas y negruzcas, y muchas de las casas parecen abandonadas. Aquí es.

Abro la puerta de madera. Ante mí, un portal polvoriento y unas escaleras bastante empinadas. Hay que ir al último, Helena, ánimo. Una, dos, tres...

... y aquí estoy. ¿Quiero entrar realmente? No sé, pero toco el timbre a ver qué pasa. A través de la mirilla se ve un puntito de luz, supongo que alguien habrá, aunque nadie salga. Pruebo otra vez a llamar al timbre. Nada. Quizás sea mejor otro día...

Me doy la vuelta y, sin querer, empujo la puerta con el bolso. Está abierta, pero dentro no se escucha nada. Creo que no debo entrar, y sin embargo, algo me empuja a ello. Esa calma, ese olor a disolvente y pintura... aunque sea voy a echar una ojeada.

Es una casa pequeña, pero grande, enorme. Toda ella es un taller de pintura, lleno de sábanas, colores, botes y lienzos. El mural de la derecha aun no está acabado; puede que sea su gran encargo. A mi alrededor nada más que hay cuadros: desnudos, paisajes, figuras geométricas, más desnudos... Todo está en silencio, y no me gusta. Parece como si alguien me estuviera vigilando, y de repente, me siento estúpida por estar pensando estas tonterías. Me voy, no debería estar aquí.