Ankaa
| Sujet: Fragmento #48 - El jardín botánico 07.01.09 0:34 | |
| Jueves, 24 de julio de 2008 En Tenerife, Puerto de la Cruz Susurros, palabras maulladas, silbidos entre las verdes hojas, entre el carmín, el ocre y el fuego de las flores. Majestuosos, reinantes en su fortaleza de muros orientales y altas escaleras, de lagos habitados por nenúfares, peces de cristal y tortugas naranjas que rezan al cielo, los árboles alzan sus brazos, sus manos, sus ramas, hasta tocar el espeso mar de nubes que los cubre. Alegres, juguetones, de canto melodioso y dulce, aves de todo tipo anidan y viven entre los pacíficos centenarios de duros y flexibles cuerpos balanceantes al viento. -Ven mi estrella, mira los nudos de ese tronco, como se retuerce y enreda con sus hermanos para llegar hasta la luz… -su voz me sorprende en más de una ocasión mientras paseo por los senderos labrados por mano humana. Me detengo ante una roca tallada, mujeres desnudas y de labios entreabiertos haciendo de fondo para un busto masculino, de rostro delgado, mandíbula marcada y cuidado bigote de piedra gris. -¿Por qué tiene una figura este señor, papá? -Fue el fundador, Astrid. -Pero las estatuas no son para los presentes, ¿no? -No. Las construímos para recordar a alguien importante que se ha ido. -Pero ese señor no se ha ido, me ha explicado lo de las flores rojas, ¿recuerdas? Esas que parecen campanillas muy grandes. Dice que nacen al alba y mueren con la noche. Él me agarró con fuerza los hombros. Me asusté, pero sus ojos parecían aterrados, las lágrimas rodaban sin perdón por sus mejillas. -No mi princesa, no has visto a nadie -susurró con las hojas. -Pero papá… -No, estrella, no podemos ver nada. No lo entendí. Mamá me dio la mano y me llevó a pasear con ella. Él se sentó en un banco blanco como la espuma de mar y sacó una cuartilla, roída y vieja, vi como deslizaba el carboncillo por sus páginas antes de que el verdor le hiciera desaparecer. -Astrid, ¿quieres que comamos luego en el restaurante que hemos visto? ¿Una paella? ¿Te hace? -Tío Bernard me da la mano y me conduce por los mismos caminos que recorrí con mis padres. Asiento, y él, alejándose de mi, saca una foto. Un hombre alto, trajeado y de bigote repeinado posa a mi lado. -Un recuerdo -dice. ¿Cómo podía haberlo olvidado? | |
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