Fragmento #96 – Estació de Sants

Y al fín llegamos a la ciudad condal. Cogemos las maletas y salimos del andén. Ya se nota más gente que en Sevilla. Siempre he soñado vivir en una ciudad así, grande, cosmopolita como se suele decir. Donde nadie te conoce, donde eres insignificante. Donde nadas a contracorriente para llegar a algún lugar, entre mares de asfalto, coches y humanos. Sí, no son personas… son humanos. Lo que ya decía Alberti: la ciudad deshumanizada, la ciudad artificial, donde el trato personal ha desaparecido.
Y a lo lejos del pasillo, una persona levanta el brazo exaltado junto a una chica. Deben de ser ellos.
- Es Bernard- me confirma Ernesto.
Arrastramos las maletas, no somos los únicos. Una sinfonía de ruedecillas inunda la estación, lo que la hace aún más artificial. Me gusta, se trata de encontrar a una persona entre una multitud de humanos. Dos corazones que laten entre acero y cemento. Eso es lo bonito…
Las dos personas del final que nos esperan cada vez son menos difusas, nos acercamos. El hombre parece mayor que yo, se le ve fuerte y algo cansado. La chica, que ahora me parece más joven de lo que imaginaba, está por detrás como ausente, como si no nos esperara. Aún no la puedo ver del todo bien.
Y al final llegamos a su alcance, Ernesto deja la maleta y se acerca con ademán de abrazar al hombre. Él lo recibe con los brazos abiertos. Entonces ella me mira. Sus ojos claros se clavan en mis ojos, me examina y, después, con aparente desinterés mira a Ernesto. Tiene la piel muy pálida y el pelo parece teñido de rojo oscuro.
- Este es Bernard, Mario- me dice Ernesto. Bernard me tiende la mano y yo hago lo mismo.
- Encantado- me dice Bernard sonriendo.
- Igualmente…
- Y esta niña tan guapa debe ser tu sobrinita Astrid…- dice Ernesto despeinándola con sus gruesos dedos.
- Así es…- contesta Bernard.- Astrid, estos son Ernesto y Mario, mis amigos de Sevilla…
- He oído hablar mucho de ti…- comenta Ernesto, la niña ni se inmuta.
- Astrid... - Bernard intenta sacarle la voz a Astrid, la observa preocupado, como si algo no fuera bien.
- Bienvenidos -responde formando una especie de gesto amable es su rostro maquillado.
Un seco "bienvenidos" sale de sus labios, me mira y esta vez no aparta la mirada hasta que su tío repite con efusividad.
- Bueno… ¡Bienvenidos a Barcelona!