Martes, 27 de Enero de 2009
En Sevilla
Debería estudiar. Debería ir a la facultad. Debería llamar a mis padres, o a mi compañero de piso, o al casero. O, simplemente, encender el móvil. Pero me da miedo la gran cantidad de mensajes y llamadas perdidas que encontraré. Demasiados reproches. Demasiados "David, ¿dónde estás?". Demasiado.
- Anda, guapo, pásame el azúcar.
Está tan puesta que no sabe que lo tiene al lado. Se lo acerco. Creo que se va a caer del taburete. Me sigo untando paté en la tostada y luego doy un trago a la cerveza. Lo llamarían desayunar, en algún lugar al otro lado del mundo.
- ¿Lo pasaste bien anoche?
- Sí... - no recuerdo mucho. Bebimos, fumamos. Tomamos pastillas de colores, y a saber qué más. Follamos, creo que follamos mucho. Luego, nos dimos cuenta de que no teníamos energía ni para respirar. Creo que nos dijimos algo. Igual discutimos. Me quedé dormido. Hoy he despertado con mordeduras en las muñecas.
- ¿Qué vas a hacer hoy?
La miro. La contemplo un instante. No se parece en nada a Mamen. Es mayor. Está más herida por el tiempo. La piel algo más seca, tiene mala cara. Igual tiene fiebre, pero no lo sabe.
- No lo sé. Debería ir a la facultad.
- Hace falta dinero.
Un trago a la cerveza.
- Tú así no puedes ir a trabajar.
- Pero hace falta - me mira -. Tengo que ir.
- Puedo ir yo.
Me mira, asiente. Se encoge de hombros. Seguimos desayunando, en silencio. Como dos náufragos, compartiendo este pesar silencioso. Debería ir a la facultad. Debería estudiar, llamar a mis padres. Dejar algún rastro.