Fragmento #85 - Porque ellas se van con otros

Llevo once días sin ver a Michelle. Once días en que no me coge el móvil, once días. Algunas veces he pasado frente a su casa y sólo he podido distinguir su cortina que baila, y a veces he creído ver una sombra o una sonrisa, pero no creo. Besas a una chica y desaparece, y no lo entiendo.
Durante todo este tiempo no he dejado de moverme de un sitio para otro, pensando que París no podía ser demasiado grande, que tarde o temprano tendríamos que cruzarnos. Y hoy, tras un pequeño momento de decepción, gran cansancio y derrota, me decido a meterme en una discoteca. Me visto bien, que es difícil. Pantalones caros que me traje de Barcelona, camisa y americana. Camisa por fuera y sin corbata, y la barba que luce bien ante el espejo. Zapatos. Puf. Botas.
Tras media sonrisa al gorila, entro. Me recibe una música como un martillo, una suerte de gritos, zarandeos y susurros. Bebo, bebo todo lo que puedo beber y pagar, así que al rato ando medio borracho. Y, por supuesto, en las discotecas de París nunca falta quien te proporcione algún alucinógeno, alguna pastilla. Paso de la cerveza al vodka, y del vodka a la absenta. Tras un par de chupitos me aburro y le pido que me lo mezcle con algo y llene el vaso.
- ¿Qué tienes?
La mejor de las opciones es una botella de champán, y procede a rellenarme el vaso.
- Te va a dar un síncope.
- Sí - y me voy con el vaso.
Bailo como un cuerpo que se ahoga. Me pierdo en esa masa en movimiento, ese extraño trance de seguir la corriente que nadie sabe quién indica. Todos los alcoholes se van mezclando y pronto soy una espiral. Saco un pitillo y la aspiral asciende, y ya no toco el suelo. Es entonces cuando me decido a mear.
- ¡David!
No veo del todo bien, porque está a contraluz. No estoy seguro de si entro a mear o salgo (hasta aquí hemos llegado, sin duda), pero ahí está. Es su voz.
- ¡Michelle! Creía...
- Te he estado saludando, diciendo hola, desde ahí - y me señala a cualquier sitio, mientras se medio maneja con el alcohol.
- Creía que estabas enfadada.
- No, enfadada no.
Me acerco y la abrazo. Me percato de que no sabe qué hacer. Se decide por abrazarme, tocarme el pelo. Le susurro.
- Me daba miedo que te hubieras desvanecido o yo me hubiera vuelto un cuerpo de arena.
- David...
- ¿Dónde has estado?
Se separa y me mira. Me acerco y la beso, y no se aparta, pero tampoco me da coba. Finalmente, me acaba retirando.
- Vámonos al sur. Ven conmigo.
- Vengo acom...pañada - y se aparta.
Me la quedo mirando. Juraría que estoy hablando, diciendo algo, pero no sé qué. Tal vez sea el idioma de los gatos.
- Ya.

No estoy muy seguro de si me he ido yo, si me han echado, si se ha ido Michelle y no le he encontrado a seguir aquí. No lo sé. En una mano llevo la botella de champán, y en otra la de absenta. Las he robado tras pedirme otro. No sabría explicar cómo, no sabría. De la calle no cesan de venir ruidos: gatos, borrachos, tropiezos, metal, algún coche.
En Barcelona escuché una vez una canción de un tipo, un tipo muy viejo, que preguntaba por qué nos obsesionamos con el amor, si al final ellas se van con otros. No lo sé. No respiro. No estoy seguro de si mi pulso produce eco. No piso el suelo, de eso estoy seguro. Tal vez ahora y justo ahora soy un ángel.
Llego a la pensión. Me quito la ropa. Cojo la guitarra y compongo.