Fragmento #2 – Puteadas en horario de oficina

- Tienes que aprender a ser más aguja, más incisiva con tus preguntas, Margarita O. – me dice desde su escritorio. Yo, de pie frente a él, me miro las manos y juego con ellas. Llevo más de media hora con él y no estoy de ánimo para sus tonteras. Las mismas de siempre.
No digo nada y con la cabeza asiento a todo lo que me dice. Que el compromiso está con el público, que tengo que estar más informada, que no tengo bien desarrollado el olfato, que blá, blá, blá, y yo me muerdo la lengua para no gritarle ese rosario de puteadas que bien merecidas se tiene.
Finalmente se calla y sólo entonces levanto la mirada. Ahí está el chico de mierda, con esa expresión de arrogancia y altanería con la que va por la vida. El ambiente es tenso. Tanto, que casi no respiramos. - ¿Terminaste? – le digo. Él asiente, y yo me marcho. Estoy segura de que un día de estos nos mataremos.
Voy al escritorio. No hay nadie en la crónica. Todos están tras sus noticias, y yo sin saber qué hacer, comienzo a llamar por teléfono. – Mi sargento, ¿hay muertos hoy día? ¿Procedimientos por drogas?– pregunto en varios números con distintas voces. La poli está lenta hoy.
Cuelgo y camino al balcón con los cigarros en la mano. El chico maldito me mira con cara de odio. Si fuera por él, yo tendría que estar las ocho horas de jornada en la calle buscando crímenes. Pero no. No es mi estilo. Yo no pedí –ni quería- ser reportera de crónica roja. A decir verdad me repugna la idea y todavía no entiendo cómo es posible que la lleve cuatro meses en esto.
Es otra mañana fría y gris. Extraño verano éste que de sol no ha tenido nada.
Enciendo un cigarro y sigo odiando al maldito gusano. No sólo me apuró en llegar a la oficina por un dato falso y errado. También me culpó a mí de no saber discernir en la veracidad de la fuente, y eso que la llamada la recibió él. – Maldito cabrón- pienso enrabiada y furiosa. No sé por qué, pero me imagino agarrándolo a puñetazos en la cara y luego escupiéndole sobre las heridas. Me río. Tampoco es para tanto.
- ¿Cómo va tu día? – Es Washington Torres, el periodista de deportes.
- Una mierda, como cualquier día en este condenado diario – digo y le ofrezco un cigarro.
- Me da risa que seas tan huraña- dice y sin mirarme. Lanza grandes bocanadas.
- Es lo que hay – respondo seca y me voy.
Por el reflejo de una ventana, noto que Washington se está riendo Es lindo cuando se ríe. Pienso en devolverme y ser un poco más amable. Está bastante bien, pese a tener más de 35. Allá voy, cuando el enano se me cruza.
- Acaban de pesarme el dato de que un tipo violó a su madre, sus dos hermanas y las tuvo tres días encerradas, y ahora el sujeto se agarró a cuchillazos con la madre y las hermanas lo dejaron grave. El móvil te espera- dice y yo, sin más que una libreta y un lápiz me voy al sitio del suceso. Otro monstruo para salvar el día.