Fragmento #6 – OFF

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis… Gabriel se detiene. Le tiemblan los brazos y su respiración es agitada. No debe ser fácil cargarme hasta el cuarto piso, considerando que tengo al menos cinco kilos de sobrepeso y un gran yeso en mi pierna derecha. Ni siquiera quiero preguntarle si está muy cansado y escondo mi cara de vergüenza entre sus mechones rubios.
Diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho… Se detiene otra vez. Está sudando. Todavía quedan más de quince peldaños para alcanzar el tercer piso. Mi edificio es viejo y mal construido. Gabriel toma fuerzas y sigue subiendo.
Veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres… Mi yeso es sólo una bota. El médico dijo que no podría caminar al menos por un mes. El esquince terminó siendo una fractura del hueso en dos partes y a menos que quiera operarme, debo guardar reposo y luego ver cómo evoluciono. En el diario me quieren matar. El enano de los mil demonios dijo que no le sirve una periodista que pida licencia cada dos meses. La última vez fue por depresión; porque no pude soportar vivir sin Gabriel.
Otra pausa. Ya estamos en el tercer piso y sus flacos brazos están tan tensos que se sienten duros como una roca. Tiene la cara rojísima y el corazón le late a mil por horas. - ¿Descansemos? ¿Quieres dejarme sentada y tomar aire?- propongo. Pero él sigue adelante. A Gabriel no le gusta que le digan qué hacer.
Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y dos, cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco… Sigue subiendo conmigo en brazos. Vivo en el departamento 42. Vivo sola. Mis padres están lejos y no podrán venir. Como siempre…
Sesenta y cinco, sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho, sesenta y nueve, setenta. El final de la escalera está al frente. Avanza más rápido y seguro. Siento su respiración cansada. Otra vez he vuelto a ser una carga en su vida. Como cuando tenía que socorrerme porque me había cortado los brazos para flagelarme por esa pena inexplicable que a veces me consume.
Setenta y ocho, setenta y nueve. Fin de los peldaños. Gabriel camina más lento hasta mi umbral. –Abre la puerta – ordena. Saco la llave de mi bolsillo. Hoy no me cuesta nada calzarla en la cerradura. Entramos. El sol pega fuerte en el hall de la casa y Gabriel avanza hasta mi dormitorio que tan bien conoce. Me deja sobre la cama y suspira. Se lleva las manos a la espalda y me sonríe. Siempre sonríe. – Te vas quedar muy quieta en la cama y me esperarás, ¿OK? Yo iré a buscar mis cosas- dice y me besa en la frente.
¿Qué cosas? ¿De qué está hablando? Gabriel se va y no me atrevo a decir nada. Siento el golpe de la puerta y luego silencio. Pienso en que todo lo que ha sucedido en los últimos cuatro días y me mareo. A veces mi vida es lenta y monótona hasta el aburrimiento. Otras, como ahora, todo pasa tan rápido que no comprendo nada.
De mi cartera saco el pastillero. Busco dos grajeas de Alprazolam y me las trago con saliva. Quiero dormir, quiero calmarme, quiero dejar de asimilar las jugarretas del destino. Me acuerdo de los sedantes extras que me dejó el doctor C. y los busco. Son azulinas y muy pequeñas. Trago dos. Estoy cansada, mi cabeza necesita apagarse. Y mientras espero el efecto de los psicotrópicos, poco a poco, todo se va volviendo más lento. Mi respiración, mis pensamiento.. Y yo al fin podré escaparme de mi misma. Es cuestión de tiempo.