Dénébola
| Sujet: Fragmento#10 - Las flores de Gabriel 05.01.09 21:09 | |
| Martes, 26 de febrero 2008 En Valparaíso Ni siquiera sé qué pensar. Todo es tan confuso ahora, tan odiosamente intrincado. Gabriel está sentado a los pies de la cama, dándome la espalda. Llora mirando el suelo, y yo no sé si es la pena o la ira la que me provoca nauseas. Quiero salir, quiero escapar, pero la bota me ata a la cama y a este tormento. Maldita la hora en la que todo se confabuló en mi contra … Partió como una pelea por celos. Le confesé que ayer Washington trató de besarme, pero no lo consiguió. A última hora, cuando mis labios ya sentían el calor de su boca, pensé que el verdadero amor nada tiene que ver con la calentura, y le pedí que se marchara. Gabriel se lo tomó tan mal que empezó a enrostrarme su amor a prueba de tentaciones, y antes que me venciera desde el papel de víctima, lo frené. – Tú no tienes derecho a hablarme de amor verdadero. Te recuerdo que me abandonaste y te desapareciste casi medio año y ahora regresaste sin siquiera explicarme qué mierda pasó- le dije llorando desconsolada. Llevaba tantos días aguantándome esas palabras... Después de varios minutos de un silenció que tuvo lágrimas de ambos como banda sonora, Gabriel se acercó, me abrazó, me miró a los ojos y destrozó mi mundo: - Tuve una hija, Margarita O. Eso fue lo que pasó- Desde entonces que estoy callada. No tengo nada que decir, al menos por ahora. Mi cabeza está atormentada de pensamientos inquietos que la hostigan. No puedo dejar de preguntarme cómo es que alguien puede sacar a un crío a escena de un momento a otro, como si los bebes salieran de un sombrero mágico o algo así. Flor. La bebita se llama Flor y de seguro es tan rubia como él. Diamela es la madre y yo jamás supe de ella. Ese día, cuando nos conocimos, nunca mencionó de dónde venía. Ni ése ni los otros cientos de días que vinieron después. Ahora que lo pienso, es tan poco lo que sé de Gabriel y su historia. Entre sollozos siguió contándome detalles que, a decir verdad, no quería escuchar. Al menos no así, no cuando me ahogaba en tristeza. Han pasado más de dos horas y todavía me asfixian los pormenores de ese lío. Pienso en que Diamela es una cría de diecisiete años y no me hace mucha gracia saber que un tontorrón de veintiséis la haya embarazado. Por mí que se jodan a ese pedófilo que sólo ayer me dijo “te amo” y ahora llora porque se lo come la vergüenza, el asco y la tristeza. Gabriel sigue sin mirarme, quieto como una estatua de piedra. Lo que no dejo de preguntarme es por qué no se va o por qué yo no le pido que se vaya. Supongo que todavía hay cosas que quiero saber y le preguntaré sólo cuando se me haya quitado esta angustia que me congeló la sangre. Ayer era su única margarita y ahora han salido otras dos flores en el camino, y bien sé yo que con suerte es capaz de cuidar a una. No sé qué pensar, qué decir, ni qué hacer. Tengo tanta pena que siento que apenas respiro. Qué esperar, qué temer, estoy hecha un gran lío… Me acerco al velador y empiezo a buscar. No sé qué cosa, pero voy sacando frascos con pastillas multicolores para llevarme lejos. No sé qué quiero. Busco y busco, y encuentro la caja rosada donde a veces guardo marihuana. Busco y encuentro lo justo para armar un buen pito. No tengo idea qué es lo que pretendo, pero debo hacer algo… - ¿Tienes papelillo, Gabriel? – digo. Me mira sorprendido. Sus ojos rojos, su mirada destruida por la tristeza… No dice nada, y camina hasta su morral. Abre y busca. Busca y encuentra. Me acerca el paquete de OCB y yo lo armo en menos de un minuto. Lo enciendo y fumamos sin hablar. Al menos ahora, ambos sabemos que hay que escapar… | |
|