Ankaa
| Sujet: Fragmento #77 - En casa de Mario 07.01.09 1:34 | |
| Viernes, 7 de noviembre de 2008 En Sevilla Abro los ojos y siento como si no hubiera despertado. La penumbra me engulle en una atmósfera cargada y angustiante. ¿Dónde estoy? En una cama, en una habitación… Me miro: una camiseta gigante, unos pantaloncitos deportivos… Aquella no es mi ropa. El miedo, el instinto de supervivencia se apodera de mi e intento escapar de aquel lugar, de quién me haya desnudado y vestido como una muñequita de los años 70… Mario. Ahora lo recuerdo. Estoy en su casa. Intento ver las paredes, pero la oscuridad es densa. Me siento en la cama y siento como si miles de agujas de punto se clavaran en mis pulmones atravesando mis costillas. Caigo de golpe contra el cojín agarrándome el pecho. -¿Mario? –Le llamo. ¿Estará allí? ¿Habrá ido a buscar ayuda? ¿Le habrá dicho a alguien que estoy aquí? Me aterroriza la idea. Sigo sin recordar qué ha ocurrido, pero la idea de que pueda llamar a tío Bernard me horroriza. -¿Estás ahí, Mario? –Insisto. Entonces aparece como un ángel salvador en el umbral de la puerta. -Hola Astrid… Enciende la luz. Me daña los ojos, me tapo la cara con el brazo; no sabía que algo que da seguridad también podía provocar tanto dolor. -Mario… ¿qué me está pasando? –me siento débil, vencida, perdida. -No sé… eso me lo tendrás que decir tú. La verdad es que Mario parece tan perdido como yo. Ayer no pude fijarme en su aspecto decadente. Unas marcadas ojeras recorren su intensa mirada, ahora apagada, melancólica, triste y cansada. Su cabello está enmarañado y sucio. Su piel cetrina. Su ropa..., mejor no hablaré de su ropa. -Te encontré ayer en la calle… en Sevilla, ¡¡en mi casa!! Cada vez parece más alterado. No me extraña, para él debo ser como una pesadilla que se niega a abandonarle aunque sea de día. Las lágrimas vuelven a mis ojos, la tristeza, la impotencia, se desbordan. El aire se agolpa a borbotones, y el dolor se intensifica. Me siento tan sola… y él, lo único que me queda, no puede soportar la idea de que esté aquí... Mario se acerca, se sienta junto a mí y me abraza. Apoyo mi frente en su pecho. Mi ángel… siempre ahí para escuchar, para consolarme, para protegerme. -No sé como he llegado hasta aquí –él es el único que puede entenderme -, tengo mucho miedo. -Astrid… ¿cómo no lo vas a saber? Voy a llamar a tu tío. Se levanta decidido y el pánico se apodera de mí hasta el extremo de casi caer de la cama para poder detenerle. Olvido el dolor, olvido lo grande que es la camiseta, la cual queda atrapada bajo mi peso y casi me retuerce un brazo. -¡NO! –grito. Él se detiene. Me siento, aguantándome a mi misma con mis brazos; el dolor es intenso, un dolor que me quema desde dentro. -No le llames por favor, aún no… -¿Sabe algo? –pregunta. -No… Pasó algo en casa. Yo… Él… -recuerdo –Bueno, me besó, nos besamos… Su gesto se frunce. No le ha gustado lo que he dicho. ¿Puede que sienta algo? ¿Que la idea de que me hayan besado le disguste? -Fue cuando Laura se fue, entonces ocurrió todo. Él me estaba besando y dijo su nombre… -Bajo la mirada, estoy avergonzada -. Siento todo esto… yo no quería, no sé ni por qué pasó, no entiendo nada de todo lo que me ha ocurrido estos días… no era yo. Mi mano. Falta algo en ella, algo importante, no sé el qué, pero sé que en mi mano estaba la respuesta, la memoria que me falta. -Intenté defenderme. ¿Son esas mis palabras? ¿De qué me defendí? -De verdad que lo intenté… -continúa mi voz -. Y entonces me fui. Pero no sé como llegué aquí. Algo me atrajo hasta ti. Está más pálido si es posible. Me observa atento, me estudia, medita las palabras. -Pero… ¿qué pasó Astrid? Me estás asustando –se vuelve a acercar a mi, hace el ademán de cogerme las manos, pero se queda quieto, a mi lado. -Él intentó… y yo… -respondo. ¿Qué es lo que intentó? ¡¿Por qué no lo puedo recordar!? No puedo más… De nuevo la tristeza agobia hasta el extremo de no dejarme respirar. -Por favor, no le llames, tengo miedo. -¿De él? –Pregunta. Le miro fijamente. Sus ojos, aunque hayan perdido parte del brillo de semanas atrás, siguen teniendo ese dulzor que sólo él posee. -Sólo me siento segura contigo. Se levanta y se dirige a la puerta. -Ahora vengo… -informa serio. Intento levantarme de nuevo. ¿A caso va a irse? ¿Me va a dejar sola? No quiero estar sola… -Espera ahí, tranquila. Voy a traerte algo calentito para comer. -No te vas, ¿verdad? No me dejarás sola… -No –responde saliendo. Me recuesto e intento acomodarme en la cama de Mario. -No ha ido a hacerte la comida, está llamando –dice ella sonriente desde la única esquina que ha quedado casi a oscuras. -No es cierto, yo confío en él. Me cuidará. Sonríe, y no me gusta que lo haga. | |
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