Fragmento #87 - Primer muerto

Hay algo en el rincón opuesto del salón. No sé qué es, pero todavía se mueve. Estoy cubierta de un líquido pegajoso y oscuro. Huele a metal, a metal caliente.
El titiritero se ha ausentado y ha dejado a su nueva víctima aterrorizada y malherida a la espera de más.
Me levanto con dificultad. Me duele todo el cuerpo. Mis huesos crujen como si estuvieran hechos de cristal. Ahora veo que parte de la sangre es mía.
Me aproximo al bulto oscuro y tembloroso.
-¿Estás bien? –Pregunto.
Los ojos aterrorizados de aquella masa sanguinolenta localizan la fuente de la voz; me localiza a mí. El resto es demasiado rápido para que lo vea venir. Se lanza contra mí. Me derrumba, me golpea con violencia: el pecho, el estómago, la cara… A penas puedo respirar, no puedo tragar.
La sombra me observa desde el umbral de la puerta. Ha regresado, o quizá nunca se fue.
-Ya ves. He encontrado a alguien más dispuesto a colaborar –me dice.
El niño de tez morena sigue golpeándome, no parece importarle que charle con la nada.
-No es de tu estirpe, nada te une a él –respondo.
-Bueno, las reglas están para cambiarlas…
Uno de sus pequeños puños golpea mi oreja. Ésta pita de forma ensordecedora e impulsivamente lo derribo.
-Oh, lo siento, no quería…
Me acerco para socorrerle. Su melena de pequeños rizos morenos está dura por la sangre seca, hecha costras. Una fea herida, todavía abierta, cruza su cráneo. Cuando le rozo, él se crispa y me muerde el brazo. Mi respuesta no se hace esperar. De una patada le envío de nuevo al suelo.
-No es tan difícil, ¿eh? –Me susurra.
-¿Por qué? Yo deseo que esto termine. ¿Por qué no puedo dejar que me mate?
-¿Intercambiarías tu destino con el de otro? –Pregunta.
Un busto de mármol decora una mesita del salón. Lo cojo y me acerco al niño que sigue un poco atontado. Me muestra los dientes en señal de aviso.
-Perdóname –digo blandiendo la roca blanca en el aire -. Créeme cuando digo que lo hago por tu bien –golpeo una vez su cabeza y un húmedo “CRECK” rompe el silencio -. Lo siento de verdad –otro golpe y me salpica, el blanco desaparece -. Oh… Por favor…
Podría haberme ahorrado el tercer golpe, también el cuarto, pero el temor a que no hubiera muerto, a que agonizara hasta morir, pudo con mi repugnancia. Después, vomité.
-Bien hecho –me felicita.
-No quería…
-Y eso qué más da. Las razones no son importantes. Has matado.
-Sus padres… -susurro.
Una punzada atraviesa mi corazón cuando recuerdo el rostro de tío Bernard, Tania, Noa, Mario…
-No tenía a nadie. Nadie que fuera a buscarlo, al menos. Le has ahorrado una vida de prostitución y enfermedad. ¿Eso te consuela?
Contemplo su pequeño cuerpecito inerte y desnudo.
-Cúrate –me ordena.
Niego con la cabeza.
-Cúrate –repite elevando la voz.
Me levanto.
-¿Qué ocurrirá ahora con él?
-Tienes dos opciones: o lo entierras o te lo comes.