Fragmento #51 - Jugando con vidas

- ¿Cómo te van los exámenes?
- Bien... O eso creo, tesoro.
Hay viejas costumbres que nunca cambiarán entre nosotros dos, hacia mucho tiempo que no hablaba con ella y me reconforta poder llamarla nuevamente tesoro. Ya es una tradición, desde el mismo día en que nos conocimos. Su vida sigue siendo una lucha incesante por descubrir la salida de su intrincado laberinto de casualidades y anomalias de un incierto destino.
- ... Y mi madre me dijo que no echase...
-... Por la borda todo por lo que has luchado. - Le completo la frase.
- ¿Tú madre también te lo dice?
- Constantemente. Y ahora más aún.
- ¿Por qué?
- Al parecer he desarrollado en todo este tiempo un mal hábito para meterme en problemas.
- Bueno... Tu nunca has tenido problemas para encontrar más problemas. - Me responde con algo de sarcasmo.
- Creen que necesito un psicólogo.
- Con tu historia, Jaime, ¿quién no lo necesitaría? Incluso para ti es demasiada la carga que llevas.
- Así es la vida.
- No, así eres tú. No tienes que llevar tanto peso sobre tus hombros.
- Ya sabes que yo siempre seré yo.
- ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé, la verdad es que no tengo ni puta idea de que debo hacer ahora. Han pasado unos días desde que Francia tiene la grabación...
- ¿Y qué?
- Pues que aún no se ha puesto en contacto conmigo.
Mi madre llama a la puerta. Asoma la cabeza y me dice que tengo visita.
- ¡Uf! Eso suena a importante, Jaime. - Rocío que ha escuchado a mi madre se echa a reir. - Nos vemos en el próximo examen.
- Te quiero, tesoro.
- Y yo a ti.

Salgo de la habitación y él está allí. Sentado en el sofá, con las piernas cruzadas. El pelo corto y negro como la última vez que le vi, su cara redonda con un matiz árabe, sus grandes ojos negros y alrededor de su cuello, la insignia, una calavera de plata.
- Hola, Jaime. ¿Cómo estás? Hacía tiempo que no te veía. - Hace una pausa. - ¿No me invitas a tu cuarto, Jaime? Tenemos mucho de que hablar.
- Es verdad, Jaime, parece que hayas visto un fantasma. - Se echan a reír. Si madre supiera... - Pasad adentro que estareís mejor.
- Te sigo, Jaime.
- No, tu primero. - Contesto.
Diego se levanta y se dirige al pasillo, le sigo a una prudente distancia. Casi podría afirmar que espero un ataque suyo, pero no. Le indico la puerta y él pasa antes que yo. Entramos en mi habitación. Cierro la puerta. Ahora solo estamos él y yo.
- Estoy muy disgustado contigo, Jaime. No eres nadie sin mí. ¿Sabes? He venido con la idea de cepillarme a tu familia, ante tus ojos ya muertos, pero, no. ¿Conoces el motivo? Es bien sencillo, porque yo tampoco sería nadie sin ti. Nos necesitamos mutuamente. Seremos los eternos rivales... Nuestra ofensa es un ajuste de cuentas. Tu me haces y yo te hago, solo eso. Pero, a pesar de todo, no puedo dejar pasar la muerte de mi Silvia. Por ello, quiero que sepas que no dejo de pensar en Estrella.
- ¿En esa puta? - Le pregunto. No se espera mi comentario y su asquerosa sonrisa se borra de su cara. - Me parece que la muerte de Silvia te ha afectado, risitas, pero hace mucho tiempo que ya no estamos juntos. ¿Qué daño puede hacerme?
Parece reflexionar. Pero su maliciosa sonrisa vuelve.
- ¿Qué daño puede hacerte? Al igual que Sara, sufrirá un pequeño accidente.
- ¿Vas a cortarle las venas, o estamparla contra un muro a gran velocidad?
- Gritó tu nombre como una cerda a la que le abren en canal. No sabes cuánto disfruté, Jaime. Fue un placer cómo... El éxtasis que sentía cada vez que follaba con Silvia. Y ella era tan apetitosa.
Me levanto de la silla y me propongo golpearle, pero con un movimiento rápido, impresible, su mano se aferra a mi cuello, y el cabrón consigue despegarme del suelo y golpearme contra la pared.
- El juego ha terminado, Jaime. Hasta que el destino decida que sigamos jugando. Y entonces, conoceremos al ganador que se llevará la gloria.
Me suelta.
- Hasta entonces, Jaimito.
- El juego... Aún no ha terminado, Diego.
Desaparece. Irónicamente de la misma forma en que apareció. ¡Dios, dame fuerza para matarle!