Fragmento #65 - El extraño caso de Josecas

No todos los días se le puede cantar a un hermoso paisaje alabanzas, desde un césped al que solo le falta el aviso de "Propiedad Privada del Rector". No, hay días en los que un hombre debe trabajar y hacer de tripas corazón. Supongo que le debo las gracias a Dios, Alá, a la Giralda... Al Cigarrillo que, básicamente, mi cliente sea la hermana mayor de José Carlos. Aunque los verdaderos clientes son sus padres, estos nunca están en casa. El padre trabaja y la madre termina en casa de una vecina tomando café y pastas. De ahí que el niño esté totalmente desatendido, suspenda en clase y sea el objeto de burla de sus amigotes de clase y su hermana mayor, Alicia, quien no ceja en su empeño de demostrar al mundo las medallas que ha ganado en sus estudios. Algo prodigioso. Yo no tengo tantas medallas, tan solo, una cajetilla de cigarrillos y una botella de coca cola, que esconde un poco de ron.

Cuando llego Alicia me monta un numerito curioso, no sabía la cantidad de cosas que se pueden decir para echar un polvo. Chica, tan solo tienes que quitarte esa ropa tan ajustada, enseñarme esos bonitos pilares y que surja la magia. No, no, seriedad Jaime. Oculta esa sonrisa maliciosa y cíñete a la realidad.
- ... Y ha suspendido con un tres y medio.
- Podría haber sido peor, Ali.
- No me llames Ali. Está usted aquí para que el niño apruebe. ¿Sabe? Yo estudié en en un colegio de curas, - ¿qué han hecho los curas contigo, preciosa? - y lo saqué todo con matrículas. - Normal, si tienes un cuerpazo que le quitas el hipo a San Dios.
- Si me permite decirle, Alicia, - Ahí, ahí, que se vea que yo también sé ponerme diplomático. - yo también estudié en un colegio de curas, es más, en el mismo que su hermano.
- ¿Qué ha ocurrido para que saque un tres y medio, Jaime? Se le ha contratado para ver los resultados.
- Los resultados son óptimos, Alicia. El índice de suspensos del miño ha disminuido considerablemente desde que me encargo de él. A lo mejor, lo que el chico necesita son menos medallitas en el pecho de su hermana y más autoestima en su ánimo. ¿No está de acuerdo, Alicia?
Sus ojos parecen querer perforarme.
- ¿Qué hay de la vuelta que le dio el otro día?
- No solo se aprende de los libros, Alicia, la vida es una experiencia que hay que aprender con Filosofía. Y ahora, si me lo permite, no tengo que darle más explicaciones y sí una clase a su hermano.

Entro en el cuarto del chico, ya tiene preparado los libros. Me mira de reojo y sigue a lo suyo.
- ¿Qué tenemos hoy?
- Mates, para el Viernes.
- De acuerdo, repasaremos las dos páginas de Ciencias Naturales y comenzaremos el nuevo tema de Geografía, para después dedicarnos exclusivamente a Matemáticas. Yo voy a salir a beber agua. - Digo mientras miro la hora. Es el momento.

Todos los días que vengo a darle clases al chico, me marcho sobre esa hora a la puerta de la habitación de Alicia. Miro por la cerradura y la veo cambiarse de ropa. Lo siento, me cae muy mal, pero lo cortés no quita lo valiente. Esta mujer calienta el cuerpo a base de bien. No me extrañaría nada que su hermano haga lo mismo que yo cuando la chica entra al baño. No, eso sería demasiado pensar para "Joséca" Bueno, el show ha terminado, ya se ha puesto el pijama y yo vuelvo a la habitación del crío.
- Bien, Josécas, ¿puedo tomarte la lección ya?
Pero no me responde. Su mirada se ha perdido en la pared de enfrente. Chasqueo los dedos delante de él, pero, ni se inmuta. Vuelvo a hacerlo con detenimiento y prestando mucha atención, nada. Al chico no se le dilatan las pupilas. ¿Qué cojones está pasando aquí?
- ¡Eh, chico! ¡DESPIERTA, JODER!
Su hermana irrumpe en la habitación, actua con velocidad y precisión, le coge la mano al chico y le quita algo de entre los dedos. No distingo a ver bien qué es. Pero el crío sigue igual.
- Llamaré a una ambulancia.
- ¡NO! Usted márchese de aquí.
- Pero, ¿cómo voy a...?
- ¡FUERA!
No insisto, recojo mis cosas y me marcho. Pero me deja preocupado. ¡Bah, qué les den! Suficientes problemas tengo yo como para hacerme cargo de conciencia de estos dos. Ya en la calle, abro la botella y doy un gran sorbo que apacigua la adrenalina que se me había disparado. El cuerpo además agradece la intrusión en su organismo del humo, el bendito humo, del tabaco. Gran Dios donde los haya.

Curiosamente, no me importa, pero, ¿qué coño ha pasado con ellos?