Fragmento #68 - Ayer por tí... ¿Hoy?

Soy plenamente consciente de que el hecho de que haya acudido a este deja vu, todas las fiestas de Joaquín son iguales, las mismas personas, la misma música, los mismos canapés y las mismas bebidas; es el principio para que recaíga en lo de siempre. La chica no es fea, en absoluto, y su acción de salvarme la vida es un claro indicio de que se trata de una mujer arrebatadora. Pero no debo caer, no, otra vez, en la misma historia. Una historia que empieza con felicidad y acaba con tanta fatalidad que ni mil copas de fuerte alcohol podrían acallar los desgarradores chillidos del pasado. Me niego a caer en ello, así tenga que ser el hijo de puta más grande que haya parido una madre.

Paso de saludar a nadie y me dirijo como un autómata a la mesa de las bebidas, para darle, dulcemente, la bienvenida a la fiesta al alabado alcohol. Me sirvo algo de una botella plateada y lo mezclo con algo de cola. No está mal. Me giro y veo a las mismas personas saltando y brincando en lo que ellos llaman baile.

Ella aparece en escena, con una dulce mirada tímida a la estancia. Su pelo largo y rizado, del color del fuego; sus ojos grandes... Su esbelta figura que reluce un traje blanco, inmaculado, de una pieza sujeto a la cintura por una cinta con ornamentos griegos y unas sandalias beige, a juego con la cinta. Rápidamente, ella es el centro de atención. Y aunque quiera ser dueño de mis sentimientos, esta noche mi dueña es ella. Le pertenezco. La imagen que da corresponde con la del ángel que me salvó la vida esta mañana. Doy un trago a la bebida y, en vez de refrescarme solo me arde la garganta... ¿Qué cojones estoy diciendo? Ella solo es una tía más.

Apuro la mierda que me bebo y me voy a dirigir a ella. Pero veo que unos chavales se han acercado a ella y la tienen acorralada; por muy puta que sea la chica sé que no lo está pasando muy bien. Sirvo dos copas. Martinis. Me trae malos recuerdos, pero, es lo que hay.
- Cariño. - Le digo a ella.
Los chicos me miran con los ojos abiertos como platos y en la mirada de ella solo veo una mirada de incomprensión, aunque me ha reconocido.
- Te traigo tu bebida, tesorito.
Nadie dice nada, tal vez, no haga falta.
- ¿Ocurre algo?. - Pregunto al atajo de buitres.
La escoria de chavales se dispersa. Me alejo de la zona, inconsciente de que ella me sigue. Nos encaminamos al balcón, lugar donde nos encontramos frente a frente la primera vez. Esta vez hay luz, y cuando se pone a mi vera, puedo verle el rostro. Esta ruborizada.
- Gracias.
La miro con una mezcla de asco y pena.
- ¿Por qué no me haces un favor y te pierdes?
Otra mirada de no comprender. Si espera que se lo diga en chino: "Xao, Cho - Chín". ¿Era así? No, espera, eso era un chiste. Joder, no me sale ni la risa de pensarlo.
- ¿Por qué me has salvado esta noche?
- Consideralo un empate. Tu me salvaste ayer y hoy te salvo yo.
- Me has salvado dos veces.
Ahora soy yo el que mira extrañado.
- Por tu voz sé que eres el chaval que estuvo aquí conmigo, en San Valentín. - Hace una pausa. - Fuiste la única persona que se acercó y me preguntó. Y conseguiste evitar que cometiese una locura.
- Todos cometemos errores, alguna vez. - Digo mirando pensativo la calle a la que da el balcón.
- Te sigo debiendo una.
- Olvídalo. Hay gente que me debe apuntes, dinero y desayunos. Sumar tu deuda conmigo implicaría que me olvidase de las más importantes.
Se calla. Sin mirarla oigo sus pasos que se encaminan hacia la puerta. Pero el sonido de sus sandalias se hacen más frecuentes y más audibles, hasta que descubro que esta a mi vera. Sus cálidos labios se posan en mi mejilla.
- Acepta esto y considera saldada nuestra deuda. Entonces, los dos podremos olvidarnos mutuamente.
- Pensaba en un casquete, la verdad. No obstante, lo acepto.

Cuando se marcha, descubro que soy un imbécil. Un beso es inolvidable. Permanece caliente durante la nebulosa que comprende el indefinido tiempo. Se trata de otra de mis condenas, pero, tengo las llaves para salir de esta. Alcohol mezclado con olvido. Infalible.