Fragmento #99 - Adiós... Sara

Era de noche cuando cogí el autobús. El portero del cementerio pensará que estoy loco, debo ser la única persona que hace cola para darle los buenos días a los muertos. Pero, para ellos todos los días son iguales.

Alma ha superado el tener que ver a su madre todos los viernes, la alabo por ello. Cree que yo no hago progresos, que visitar la tumba de Sara es torturarse innecesariamente... Pero hoy es viernes...

- Mi madre dice que te vengas los fines de semanas, de esa forma podrás quedarte más tiempo conmigo y no tendrás que irte el mismo día que viniste. - La ilusión se hace patente en su voz.

Una ilusión que teníamos, unas ganas de comernos el mundo que se quedaron ahí, ancladas en el corazón sangrante.

- He hablado con Sara, para saber cómo estaba ella por vuestra ruptura. - Me comentó Rocío, y yo le pregunté sin ganas. - Dice que está fabulosamente bien.

Llego ante su lápida. Tan fría e imperturbable como lo era en vida. No podría tener mejor representación en la tierra. No sé muy bien qué decirle. Solo se me cruza la eterna pregunta. ¿Por qué? Pero ya no importa. Sara está muerta y yo estoy vivo.
- Cada uno está dónde tiene que estar.
A los genios solo se les reconoce cuando han muerto, pero yo reconozco a los cabrones incluso en vida y contigo, Sara, no voy a hacer menos. Voy a darte lo que me diste. Hasta los muertos llorarán, pero ni una sola lágrima derrocharán mis ojos contigo. He perdido el corazón y los escrúpulos. Estás muerta, te lo has buscado. Yo no me pienso hundir en el mismo fango que tú. Te lo di todo, te di todo el amor y el cariño que podía haber en mí. Y tu me lo rechazaste. Tenías que morirte para que te prometiese amor eterno.
- Sí. Pero las cosas han cambiado, Sara. Me he enamorado de nuevo. De una persona que merece la pena, que ha sido capaz de estar ahí cuando más la necesitaba. ¿Amor eterno? Sí, pero a cada persona hay que darle lo que se merece y tú no te mereces ni que venga a verte. Ten, - le tiro el colgante de la cruz y el escorpión. - seguro que te pasas media eternidad revolviéndote ahí abajo.

Con una mueca de asco, me vuelvo y comienzo a andar. Sin volverme le digo.
- Adiós... Sara.

Voy saliendo del cementerio y veo el sol naciente que abraza a Sanlúcar, testigo directo, como todos los muertos, de que he cumplido mi venganza. Ahora ya puedo descansar en paz