Fragmento #105 - Corazón solitario

Por un momento dejas de vivir la vida a ese ritmo trepidante con el que transcurre. Como si los años pesasen, te sientas en una esquina olvidada de un bar, mientras contemplas a los borrachuzos (y borrachuzas); y te das cuenta de que tal vez estés viendo tu vida en un futuro. Míralos. Son fracasados que en su día tuvieron metas, ilusiones y ahora, no son más que personas anónimas, como anónimos son los alcohólicos. Los reveses de la vida, ¿qué sé yo?.

También ellos, jóvenes imprudentes e impulsivos, ansiosos de vivir sus vidas; les llegó el momento en el que se sentaron, como yo, para descubrir que el mundo no les iba a regalar nada, para descubrir que su mundo se cayó y se hizo añicos.

La gorda que está sentada a la barra, fea como ella sola, tiene una hija, de unos cinco o seis años. Tiene carita de ángel y la pobre está en este tugurio las veinticuatro horas del día. Estoy seguro de que de tener algo de mentalidad, descubrirá que su mundo se rompió desde el mismo día que vio la primera luz. Al igual de seguro estoy si afirmo que ella madurará antes que yo, porque mi mundo se ha roto despúes del suyo.

Para el pequeño ángel su mundo será la barbie con sus complementos... Para la gorda, que el barman le tenga la cruzcampo fría y la mía, mi Alma.

Tengo catorce llamadas perdidas de ella. No quiero saber nada.

Un mensaje. De Alma. Lo abro: Me voy.

Una lágrima se desliza por mi mejilla. La niña me mira y de entre sus manos se escapa una bola de cristal que se estampa contra el suelo. La madre le riñe, pero la chica no llora. Porque tanto ella como yo sabemos que en ese instante la vida ha muerto.

- Ponme una cerveza.