Martes 14 de julio de 2009
En Sevilla
Todavía no me lo creo. Vaya noche rara. Mis amigos acaban de subir las fotos de la juerga del sábado noche. Su momento más surrealista llegó en el desayuno. Me encontraba en un bar donde vendían quesos por quince euros con mi amiga Alba, mi amigo Mario y el amigo de un noviete policía (que está tremendo, por cierto, se parece a David Boreanaz) de Alba. Después de que nos echaran de Aqua siendo ya de día y porque iban a cerrar, nos dijo que nos invitaba a desayunar. Así que seguimos al tío hasta un bar en Camas. El tío, un ex árbitro de fútbol profesional de 36 tacos y que aún tiene para un par de repasos, llevaba un mercedes descapotable al que le bajó la capota para vacilar, pero que veinte metros más adelántela tuvo que subir del frío. Me reí cuando lo vi hacerlo. Total, que estamos desayunando y encienden una tele. Aparecen de pronto un montón de tíos de blanco y rojo.
- ¡Los sanfermines! –grita emocionado Mario, y acto seguido los otros tres le decimos que baje la voz.
- Por dios –dice Alba, con la voz de un locutor de radio ronco por el tabaco-, ¿habéis visto a ese pobre? Uf, vaya cómo le ha pillado el toro, casi se lo carga.
- Pobre es el que sale a dar un paseo y le atropella un tío que conduce borracho. Eso es un suicidio. Y total ¿para qué?
El ex árbitro me mira y sonríe. No hemos compartido ni diez palabras en toda la noche. Creo que se ríe un poco de mí.
- Déjala, es que a ella no le gustan los toros –dice Mario pero sin retintín, es muy dulce.
- Pues claro que no. Es torturar a un animal inocente.
- Pero Carlota, si no existiera el toreo, los toros de lidia se hubieran muerto todos.
- Yo creo que es mejor que una raza no exista a que se la torture de esa manera.
- Pero si después se los mata.
- ¿Y qué? ¿Significa eso que no sufren?
De pronto Mario me mira y sonríe. Nos echamos a reír. Miro a Alba y al ex árbitro que nos observan muy interesados.
- Mejor vamos a dejar el tema –digo resignada, ambos somos tauro (de cuernos va la cosa, vamos) y podemos estar discutiendo durante horas, y horas, y horas, y horas, y...
- Es que son inaguantables cuando se ponen así –dice Alba riéndose y encendiendo un cigarro-, Moi, tú es que no los conoces.
Ahora me entero del nombre del tío. No le pega nada. Abre la boca como para decir algo, pero se calla. Sonrío y miro a Mario, que sonríe también.
- Pero entonces... tú piensa en las gambas –añade Moi dejándonos a todos de piedra. Para decir eso, que mejor se esté calladito.