Fragmento #53 - Cazado por el destino

Martínez distribuye pastillas mágicas todos los domingos de madrugada en una discoteca. Incluso llega a camelarse a algún chico o chica, y antes de que se pueda dar cuenta, esa persona ya está metida en la orgía alucinógena. Podría sacar perfectamente unos doscientos o trescientos euros.

Una chica que bailaba y que no me quitado ojo se acerca, por su forma de caminar diría que está bebida, pero cuando ya puedo sentir su aliento en mi cara sus ojos, vidriosos, me dicen que no es abundante alcohol lo que ha invadido su estómago... O su cerebro. Esta tía está en el mundo de yupi, más feliz que una perdiz.
- Hola, guapo. ¿Me invitas a una copa?
- ¿Tengo pinta de que quiera hacerlo? - No, no esta no es la forma. - Claro, ¿por qué no?
Sonríe.
- Pídeme un gin tonic.
Lo hago y a continuación entablo charla.
- ¿Cómo te llamas?
- Me puedes llamar como te de la gana.
- Muy bien, "como te de la gana", ¿eres de aquí?
Le ponen la bebida y da un sorbo.
- Esto no me gusta.
- ¿Qué no te gusta, "Como te de"? - Me permito el lujo de abreviarle el nombre.
- Que me den me gusta, y más si eres tú, guapetón.
No puedo evitar reírme.
- ¿Qué es lo que no te gusta?
- Es que no me han puesto pajita.
Con una indignación fingida, llamo a la camarera y muy serio le pido que me den una para "mi niña".
- Eres mi hombre. - Comienza a beber mientras entona una canción al ritmo de la que el local acaba de poner.
- ¿Cuántos años tienes?
- Quince.
- ¡Joder...!
A juzgar por su peinado, sus facciones en el rostro, su escultural cuerpo y su minúsculo traje, que en absoluto ocultan sus encantos me tenían engañado, casi podría decir que era mayor de edad. Seguramente, es una de esas chicas que se han colado cuando la gente se amotinó contra el portero.
- Estoy buena, ¿verdad?
- ¿Quieres echar un polvo?
- ¡Uf! Suena tentador, pero entre el tuyo y el que me acaba de dar un chico que acabo de conocer voy a reventar.
- ¿Qué chico?
- ¿Estás celoso?
- Mucho. - Miento.
- Me duele la cabeza.
- Toma una pastilla mágica. - Le doy una pastilla que tenía en una cajita blanca en mi bolsillo.
- Se parece a las que me dió el chico.
- ¿Qué chico?
Parece ser que señala a un chaval que está a las puertas de los servicios.
- Oye, ¿cómo se llama esta pastilla mágica? Ni siquiera tiene una carita sonriente.
La miro de arriba a bajo, le doy unos toques en la mano y con tono tranquilizador le contesto.
- Es una aspirina, se come.

Me dirijo al chico, este tiembla y echa a correr hacia el baño. Lo sigo. Se ha metido en el de las chicas, pero entro igualmente. Algunas chicas salen corriendo y otras gritan al tiempo que miran descaradamente.
- ¿Dónde? - Pregunto a una de las chicas y ella me indica con el dedo el lugar dónde se ha escondido. Abro la puerta y el chaval deja escapar un grito desgarrador y lloriquea. ¿Debería tener sentimientos hacia él? No, debería dejar caer una lágrima por todas las vidas rotas, las familias desechas y los sueños rotos.
- ¿Martínez? Tenemos que hablar.
- ¡FUERA! Tu no puedes estar aquí. - Se desmorona. - No me mates, por favor.
- Pero yo sí que puedo estar aquí.
"Como te de" me amenaza con una navaja.
- De modo que tu eres Jaime. Diego ya nos avisó. Se alegrará de saber que te tenemos. ¡Muévete! - Me invita a salir.
- Ya que llevas el pincho, tu mandas.