Fragmento #5 - Adriana

Me parece increíble. Estoy sentado en un banco con una chica fabulosa en tanto que no sé muy bien si es una mujer o una diosa. Estoy confuso. Me está hablando y yo no puedo más que contemplarla. Me ha hechizado con sus preciosos ojos verdes, su perfecta sonrisa, su cálida voz, su esbelto cuerpo... Incluso, con su nombre, "Adriana".

La confusión me lleva al miedo. Miedo a que de un momento a otro suene el odioso timbre del despertador y me separe de esta vida de ensueño para sumergirme en el infierno que ha sido la mía en estos últimos días. Así que con toda la angustia del mundo espero a que suenen las trompeta del juicio para encarar los retos de los malos dioses en mi vida normal.

Pero no ocurre. Los minutos huyen como escapan algunas hojas del viento. Ella me sigue hablando, y yo la miro embelesado. Sino fuese por el agua que emana de la fuente que tenemos en frente diría que todo se ha parado para sintonizar con nosotros, con ella.

¡Me gustaría decirle tantas cosas! Expresarle todo lo que siento por ella, que desde el Sábado no dejo de pensar en ella...¿Cómo decirle "te quiero"?

Una pregunta surge de su cálida voz, entonces, descubro que no estoy soñando. Que estoy en el parque atraído por la belleza de Adriana. Tengo que contestar.
- Sí. - Respondo sin saber a qué le he dado una respuesta afirmativa.

Ella continúa. Es un deleite contemplarla.

Comienza a surgirme un deseo; deseaba besarla. Poder abrazarla y sentir la calidez de su cuerpo. Pero están mis principios de caballero: "Regla número uno - Tratar bien a la dama... Regla número siete - No forzar situaciones con la dama ..."

Creo ver algo en sus ojos, una expresión, un deseo que no compartían la profundidad de las palabras que surgían de sus finos labios.

Otra pregunta. "Contesta Jaime. Rápido".
- Sí. - Esta vez mi respuesta fue algo más insegura que la primera.

¿Existirá la vida después de la muerte? Es la pregunta que me cruza la cabeza ahora que le miro los ojos. Debió de dolerle mucho la caída desde el Cielo.

Intento tranquilizar mi corazón, por un momento creo que se me va a salir del pecho para llegar a sus manos. En esa instancia, descubro a mi pesar, que Cúpido me ha escupido una de sus flechas envenenadas de Amor. "Científicamente, - me digo a mí mismo - esto explica que me haya vuelto tan insoportablemente cursi en mi forma de pensar. Por ello se notará a leguas que estoy enamorado"

Surgen las dudas: ¿Sentirá lo mismo por mí?, ¿le digo lo que siento por ella?, ¿ duraría una relación con ella?, ¿me dejaría por otro?, ¿me pasaría lo mismo que con Sara?, ¿le estoy causando una buena impresión?, ¿qué hay de su novio, Martín?... ¿Cuál era la regla de oro de un caballero?

En la vorágine de las incertidumbres silenciosas, sus palabras entonan una cuestión lanzada a mi corazón, que solo puedo contestar con un acto.
- ¿Quiéres besarme?

"La regla de oro es complacer a la dama".

Me inclino hacia ella y acerco, en lo que me parece una eternidad, mis labios a los suyos que comienzan a abrirse suavemente, esperando con desesperación el contacto con los míos.

La respuesta es sí.

Hay vida después de la muerte.