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 Fragmento #39 - La Cruz y el Escorpión

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Alnilam

Alnilam



Fragmento #39 - La Cruz y el Escorpión Empty
MessageSujet: Fragmento #39 - La Cruz y el Escorpión   Fragmento #39 - La Cruz y el Escorpión Empty06.01.09 17:17

Lunes, 5 de Enero de 2009
En Sanlúcar de Barrameda

Parece fácil. Pero me temo que las cosas nunca son tan fáciles como la cruel vida quiere hacernos ver. Desde mi punto de vista, es muy difícil, determinar quién muere y quién vive. Todo es más sencillo cuando escribo. Este personaje fuera, este tiene un cáncer, este otro... Será un estafador que morirá en un sórdido barrio. En ese aspecto si es fácil, porque yo soy Dios. Ahora... Bueno, ahora no sé exactamente qué soy, solo sé que estoy en lo más alto, observando a la cantidad de personas que van al funeral, y aunque mi alma está destrozada por el último acontecimiento, mi punto de vista me incita a pensar quién seguirá con su vida y, por el contrario, quién va a morir. Yo sé de uno que lo hará dentro de muy poco tiempo. Su tiempo está marcado. Y sabe que daré con él, tarde o temprano. Exijo venganza, y juro por Dios, que me la cobraré con intereses, aunque me vaya la vi... Bueno, lo que sea que tenga. Creo que vida no es precisamente lo que tengo. Lo que tengo es un panorama desalentador, pobres gentes, pobre chica.

Una mano se posa en mi hombro, me giro y aunque el sol me deslumbra distingo la silueta de mi tío.
- Es un buen día.
Silencio.
- ¿Estoy muerto?
- Sí. Nadie sobrevive a una caída como la tuya, y mucho menos habiendo perdido tanta sangre.
- Ya me lo imaginaba.
- ¿Cómo te sientes?
Lo miro.
- ¿Cómo puedo sentirme?
Otro silencio.
- Quiero que cojas esto. - Me entrega un sobre. - Es un dinero adicional, para que tú y Estrella os vayaís y os alejeís de toda esta mierda.
Hay mucho dinero en su interior.
- Así arregla tu gente las cosas, ¿no? Pagamos al que podamos comprar y si se niega lo eliminaís. Eso no funciona conmigo. Toma tu asqueroso dinero y desaparece de mi vida.
- Prométeme que no buscarás a Diego.
- Puedo prometerte que le mataré en cuanto lo encuentre. Trabajé contigo extraoficialmente, así que los méritos de tu operación contra Gervase te serán adjudicados.
- Te lo advierto, Jaime. Si mueves un dedo contra ese chaval, no te ayudaré.
- Nunca quise tu ayuda.
Se va irritado.

El funeral ha terminado. La gente se marcha, algunas lloran, otras niegan con la cabeza, otras murmuran que era una chica muy joven... Entro en el cementerio y un escalofrío me recorre el cuerpo. Estos últimos días he estado más muerto que vivo y me aterra pensar que terminaré en un hoyo. Ella está enterrada en el césped. Todavía hay gente alrededor de la lápida expresando sus sentimientos. La arrodillada que llora desconsoladamente es su madre, su padre solo se limita a callar. Lamentablemente he visto muchas veces esta situación, cuántas veces he maldecido a Dios por el sufrimiento otorgado... Hoy tengo que darle gracias que no soy yo el que está muerto, por algún extraño motivo, como un autor hace con sus personajes, decide quien vive y quien muere de la manera más sencilla que se pueda conocer. En un índice de probabilidades, yo tenía las de perder la vida; pero, ¿y ella? Toda una vida por delante... Y ahora una eternidad, pensando que la quería, y la quiero, y esperando que me llegue la hora. Como siempre llegaré tarde. ¿Por qué tú?

¿Qué motivo tiene para llevársela? El padre agarra a la madre y cuando desaperecen de mi campo visual, me acerco a la lápida y deposito rosas blancas, que a ella tanto le gustaban. Leo el nombre que hay esculpido en la roca... No puedo creerlo. No quiero creerlo. Quiero pensar que es una de las horribles pesadillas que he tenido, pero nada ocurre para que despierte... ¿Por qué coño no suena el despertador? No me engañaré más, ella no despertará más. Recuerdo sus ojitos cuando la despertaba por las mañanas, su sonrisa...
- ¿Qué nos pasó? ¿Por qué tuvo esto que terminar así? Te quise hasta el último momento, estuve siempre dispuesto a darte el mundo... Pero, me temo que ya no te importará. Ni va a servir de algo que te diga que durante todo este tiempo te he echado de menos. Nunca quisiste darte cuenta de lo mucho que te quería...
- Sí, Jaime, sí lo sabía. Tenía sus cosillas, pero te quería mucho. No dejaba de hablar de ti y se ponía nerviosa cada vez que venías de Sevilla. Todo tenía que estar perfecto para tí. Eras su modelo a seguir... Fuiste un chico modelo para todos nosotros. - Hace una pausa. - Si hay un Dios ahí arriba tengo que darle las gracias de que mi hija estuviese contigo, fuiste lo mejor que le pasó. Creo que se confío, dijo que lo vuestro sería eterno. Se equivocó. Pero no lo dudes ni un momento, Jaime, toda esa lucha, todo lo que hiciste por ella, lo reconoció. Nadie hace eso por otra persona. ¿Sabes? En parte, creo que agradeció que lo vuestro quedase ahí, ella quería verte feliz. Y estoy segura, de que serás feliz. Te lo mereces, chico. Nadie más que tú lo merece.
Despego la mirada de la persona y miro la fría piedra que la representa.
- Ella, - vuelve a decir. - quería que conservarás esto. - Me entrega un colgante con dos figuras, una de plata y otra de acero. Ella lo llevaba mucho. Lo llevaba siempre. - Su cruz y tu escorpión. Se lo ponía todas las mañanas, para recordarse que aunque había varios kilómetros de distancia, vuestros corazones estarían siempre juntos. Lo llevaba con orgullo, Jaime.
Los cojo y le doy las gracias. La persona se marcha. Y yo me quedo mirando la lápida. Me arrodillo ante ella y lloro.
- ¿Por qué tuviste que irte tú, mi vida? No lo entiendo, cariño. No lo entiendo... Yo siempre estoy pendiente de los míos y... Te he fallado. Es culpa mía...
Pero no hay respuesta, solo me contesta el aire.
Alguien más está detrás mía, se arrodilla junto a mí y me abraza. Es Estrella. No sabe lo mucho que agradezco que me abrace y que intente tranquilizarme. Ella también llora.
- Tal vez fue un pacto, tu vida por la suya, Jaime. Tal vez, el de ahí arriba tiene otros planes para tí, eso no lo sé, mi niño.
- Tantas cosas, Estrella, han pasado tantas cosas pero no se merecía que... No, no se lo merecía.
- Ella se quedó tranquila, Jaime. Te vio antes de perder su último aliento.
- Es injusto.
- Venga, anda, Jaime, levántate. No estoy muy segura de que a ella le gustase verte así.
- A ella siempre le gustaba que yo vistiera de corbata, pero la pobre... No está aquí para verme.
- Jaime, quédate tan solo con los buenos momentos que compartisteis. Con su sonrisa, con las cosas tan bonitas que te diría... Es lo único que tenemos.
Me ayuda a levantarme y miro la lápida, por última vez.
Adiós, Sara. Gracias
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Fragmento #39 - La Cruz y el Escorpión
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