Fragmento #86 - El titiritero

De nuevo he despertado con las manos ensangrentadas.
Pensé que moriría de frío o inanición. Los jugos de mi estómago me devoraban desde dentro. Ahora sé que he vuelto a alimentarme. Desconozco mi dieta como desconozco lo que hago cuando “eso” me domina.
No poseo la valentía que llevó a mi padre a suicidarse. No puedo detener la pesadilla, pero al menos puedo alejarme de todos aquellos que me importan. Por aquí no se ve nunca a nadie. Están a salvo de mí.
En el porche hay cubos de agua de lluvia. Rompo la fina capa de hielo que se ha formado durante la noche con el puño. Mi sangre se confunde con la que cubre mis manos, todavía fresca. Las froto con rabia e impotencia. La sensación es tan potente que a penas puedo contener un grito. El dolor me demuestra que sigo aquí.
Contemplo mis manos enrojecidas y rasgadas. La sangre se ha solidificado bajo mis uñas como si ya formara parte de ellas.
Mi aliento forma nubes de niebla blanca y cálida. Ya no siento el frío. Elevo los brazos como si abrazara la nada.
-Podría morir aquí –me digo-. Dejar que el tiempo hiciera el trabajo sucio.
Entonces, como siempre que esas ideas pasan por mi débil mente, algo tira de mí y me lanza con violencia contra los escalones de la entrada. Mis huesos crujen. No lo siento, pero creo que me he fracturado una costilla.
-Cualquiera diría que buscas mantenerme con vida –río mofándome de lo que me aterroriza.
La sombra me contempla con sus cuencas vacías. Sus dientes perlados brillan a la tenue luz de la mañana. Ya no se parece a mi abuelo paterno, después de mostrarme que él sólo era un títere más, el verdadero artífice se ha dejado ver.
-Los golpes no te mataran –murmura con su suave voz rota.
Desaparece. Mejor sería decir que se funde con la oscuridad, pero yo sé que sigue ahí.