Fragmento #94 - Cuando el ángel de la muerte te visita por la noche

En plena noche el ruido de voces nerviosas y el chirrido de las ruedas de una camilla me despiertan.
Abro la puerta de mi habitación y observo el espectáculo. Dos enfermeras histéricas corren tras un celador que empuja frenético una camilla hacia la sala donde el personal descansa entre turnos.
Saco la cabeza como tantos otros. Todos miramos al fondo, hacia el recuadro de luz que dibuja la puerta abierta en la pared del pasillo. Los pies de la camilla vuelven a salir, en ella hay un bulto tapado con una sábana. Un doctor con cara de pocos amigos pasa ante las caras curiosas y llega hasta el cuerpo.
-¿Qué ha ocurrido? –pregunta a una de las enfermeras.
-No… no…
Viendo que es incapaz de articular palabra su compañera la socorre.
-Creemos que se trata de un suicidio, doctor. Se ha cortado las venas.
-¿¡Cómo?! –parece defraudado, insultado ante aquella suposición.
Levanta la sabana. Reconozco sus ojos lascivos, esa mirada que recorría mi cuerpo desnudo hacía sólo unas horas. El médico vuelve a taparlo y mira furioso a las enfermeras.
-Esto no debe saberse. Como se ha atrevido… Llévatelo de aquí.
El celador, cabizbajo, sale por la puerta de las escaleras. El doctor se gira.
-¡Aquí no hay nada que ver! –grita-. Todos a sus dormitorios, y si mañana oigo un solo comentario sobre esto, significará una sanción.
Rápidamente cierro la puerta y vuelvo a la cama. Lo último que deseo es que me suban a la planta de arriba, los que suben allí vuelven tan…
Me tapo la cabeza tratando de no pensar en los ojos desenfocados, las lenguas colgando, el olor a pollo quemado.
Al cabo de unos minutos todo vuelve al silencio.
Mi puerta se abre y se cierra. Me estremezco. Unos pasos se acercan a la cama. De cara a la pared doy la espalda al extraño, no quiero saber quién o qué es. La sabana se aparta y un cuerpo caliente se aprieta contra el mío. Siento unos pies helados que me buscan.
-Astrid, ¿estás dormida?
-¿Amako? –pregunto entre susurros.
-¿No habías dicho que ahora me llamaría Casandra?
-Esperaba tu aprobación.
-Pues la tienes, puedes llamarme así.
Sus brazos me rodean y aprieta sus labios contra mi espalda.
-¿Tienes miedo? –me pregunta.
-Ahora no. Creía que quizá eras el doctor o…
-¿El fantasma de ese cabrón?
Su voz suena con cierto deje de broma.
-No volverá a molestarte.
-¿Qué has hecho? –pregunto.
-Yo nada. Tranquila. Todo lo ha hecho él.
-Pero… Tú dijiste que te encargarías.
-Astrid, estás a salvo, eso es lo que importa, ¿no? Soy la ayudante de los hombres, deja que sea tu ángel durante unos días.
-¿El ángel de la muerte?
-Un ángel al fin y al cabo –responde abrazándome más fuerte.