Viernes, 6 de Febrero de 2008
En Sevilla
Durante el viaje en el C2 leo a Allen Ginsberg con las botas en el asiento de adelante. Una señora me lo reprocha, y yo miro el autobús medio vacío a mi alrededor. Le dedico una sonrisa, bajo las piernas y sigo leyendo. Se enfrasca en una conversación sobre lo mal educados que estamos los jóvenes.
- Dígaselo a Ginsberg - le digo. Se escandaliza, medio echa a gritar y llorar. Bajo del autobús.
Las taquillas no abren tan temprano como creía y la multitud concentrada es interesante. Aprovecho para sacar dinero y tomar un café bien cargado. Pero bien cargado.
Cuando por fin me toca, dejo la guitarra a un lado, las otras dos maletas de mano y sonrió a la muchacha.
- Hola.
- Dígame.
- ¿Un billete para el fin del mundo?
- ¿Cómo?
- Para el fin del mundo.
Vuelvo a sonreír. A ella no le hace ni pizca de gracia. Esto huele a securitas.
- Barcelona - ahora serio.
- Claro.
Toquetea papeles, me pregunta horarios y le digo que para ya mismo, que el primero. Ahora sí sonríe. Ironías de la vida.
- ¿Te vienes conmigo?
- ¡El siguiente! - tempus fugit. Vámonos.
El tren ruge. Adiós, Sevilla, adiós.