Fragmento #97 - “El del cuadro”

Después de dudarlo mucho, he decidido pasar un rato sola; relajarme y pensar. Amako me ha dicho que se va, sólo le faltan un par de pruebas más y será libre. Debería alegrarme por ella, lleva aquí desde niña, no ha conocido nada más que estas pareces y al fin va a salir, pero sólo puedo pensar en que me quedaré sola.
La sala común está casi vacía, excepto por Pol, un hombre gordo y extraño que se pasa el día inmóvil babeando o columpiándose como un muñeco de esos que por mucho que lo empujes nunca cae al suelo.
Cierro los ojos e intento alejarlo todo. Quedarme vacía. Entonces alguien se sienta en silencio a mi lado.
-Hola, Astrid.
Es la voz de Diana. Esta chica no tiene suficiente con un susto que viene a por más.
-Hola, Diana –saludo sin moverme-¿te han dicho alguna vez que tienes un timbre muy particular?
-Estaba pensando meterme al coro de la iglesia.
La observo. Parece estar a la defensiva, pero cada vez me cae mejor. Resulta refrescante encontrar a alguien que se toma a guasa la vida.
-Tienes una voz bonita. Si te gustan los coros harías bien –respondo.
-¿Quién es Mario?
Vuelve a las andadas. De nuevo ha salido la doctora preguntona.
-Un amigo. Más que un amigo. Un ángel para mí.
He decidido ser sincera, que se llene de historias y deje de atosigarme.
-¿Has leído ya mi expediente? ¿Sabes lo que hice?
Me avergüenza que mis faltas estén al alcance de todo aquel que pueda solicitarlas, es como estar desnuda ante todo el mundo sin posibilidad de taparte ni de escapar.
-Me han contado cosas –dice intrigante.
-A mí también de ti.
-¿Tengo un expediente?
-No exactamente, pero las enfermeras son unas cotillas.
-Las enfermeras no saben nada de mí –responde a la defensiva.
-Dicen que eres estudiante. Sólo espero darte un buen trabajo… El otro día intenté suicidarme, si quieres puedes ponerlo en él.
Ella sigue sentada, sin inmutarse, como si eso fuera lo más normal. Quizá en un sitio como este lo sea.
-Pero no puedo irme –confieso-, demasiados se sentirían responsables. Mario, por ejemplo. Le gusta ser culpable de todo lo malo que ocurre en el mundo.
-¿Es una especie de santo? –pregunta entonces con aire de doctora, seria y peripuesta- ¿Es real, Astrid? ¿O también viene a molestarte? –especula.
-Mario es una persona, pero también tiene su doble. Aunque él no me molesta, normalmente me saca de las peores situaciones –respondo sin andarme con rodeos-. Y tu, Diana, ¿de qué le conoces?
-No conozco a ningún Mario. Estás confundida, Astrid.
-Entonces, ¿miras a todos los hombres como si fueran una aparición? ¿Les observas fijamente?
-Me gusta observar a la gente. Es mi trabajo.
-Debe ser muy aburrido trabajar de cajera. Monótono. Supongo que lo haces para pagarte los estudios, pero mirar a la gente así... Bueno, no es de muy buena educación, así que creí que le conocías de algo.
Es demasiado suponer que le conozca por el nombre. Y es muy posible que sí sea una mirona.
-Si me das un lápiz y un papel te hago un retrato.
-Descríbemelo.
-Tranquila, no te lo clavaré, en serio. Sé dibujar.
Se queda pensativa. Mira a su alrededor y, asegurándose de que nadie la ve, saca un boli y una libretita del bolso.
-Ten. Que no te vea nadie, o me meterás en un lío.
Es ridículo tener que escondernos así, pero es parte del espectáculo. Con rapidez esbozo un retrato de Mario, intento ser lo más fiel posible al recuerdo. Una vez terminado, se lo ofrezco. Empiezo a bromear preguntándole si quiere una firmita, pero cuando va a contestarme palidece y su mirada se queda clavada en el papel.
-Sí que lo conozco… “El del cuadro”
-¿”El del cuadro”?
Sigue mirando el retrato. Parece una más, ahora sí que se encuentra como pez en el agua.
-Es así como le miras, con esa cara de alucinada. Mejor que te pongas un poco más normalita o te internaran –le advierto vigilando a la enfermera que no nos quita ojo de encima.
-Esto es de locos –responde.
-Sí, es lo que tiene estar en un psiquiátrico, sueles estar rodeada de locos.
Le devuelvo el boli, aunque le cuesta darse cuenta de que lo tiene allí, frente a ella. Ha bajado por completo las defensas.
-¿Quién es? –pregunta.
-Mario, ¿no te lo había dicho ya? –bromeo-. Todavía no ha venido a verme, pero es mi amigo.
Ese pensamiento me duele. No he recibido ni una llamada suya desde que estoy aquí.
-No te guasees de mí. ¿Quieres que llame a la enfermera y le diga que estás riendo sola? -me amenaza ofendida.
-Bueno, llámala, le diré que me has dejado un bolígrafo para reconocer a un tío del que te hablaba. “El del cuadro” has dicho, ¿no? –respondo.
-¿De qué le conoces? –pregunta más calmada.
-Es amigo, de un amigo, de mi tío. Le conocí cuando vino a casa de visita. Ahí fue cuando… Bueno, cuando todo empezó de alguna manera. Es una buena persona, pero le gusta torturarse. Siempre anda metido en líos, y no es que yo haya sido muy buena para él.
-¿Necesita ayuda?
Menuda pregunta más rara. Parece preocupada, pero ni siquiera le conoce.
-¿Qué tipo de ayuda?
-De cualquier clase. Nunca he creído en las casualidades.
Está colada por un tío que no conoce…
-¿Por qué le llamas de esa forma tan rara?
-¿”El del cuadro”? Pues porque lo conocí por un cuadro, obviamente.
Sí, muy claro. Habla de las cosas más raras como si fuera lo más normal del mundo. Creo que somos de universos distintos y ambas debemos ver a la otra como un auténtico perro verde de pura raza.
-¿Qué cuadro?
-Un retrato –responde.
Típico de Mario. Sería muy normal en él que un retrato suyo acabara en las manos de una enamoradiza que quiere salvar al mundo, y que después se encontraran por casualidad una y otra vez sin que ninguno de los dos se atreviera a entablar conversación.
-Haré una cosa –propongo-. Si alguna vez viene a visitarme o me llama, le diré que sé quien es la cajera que siempre le mira y porqué lo hace.
Ella no se da por satisfecha y sigue preguntando. Intenta sonsacarme incluso dónde vive.
-Me ha gustado charlar contigo –digo cortando-, pero me esperan en la piscina.
Miro el gran reloj que cuelga de la pared del salón.
-Mi amiga se va pronto y no quiero perder ni un día. Estaré muy sola cuando se vaya.
-A veces es mejor estar sola –dice.
Me acerco a ella. Le doy un beso de despedida y le susurro:
-Supongo que alguien como yo es mejor que no esté con nadie.
Me alejo dejándola sentada, con el retrato en las manos. Lo agarra fuerte, como si fuera algo realmente preciado. La enfermera me observa mientras me alejo. Primero pasaré por la habitación, todavía faltan dos horas para la piscina.

[Enlazado con el fragmento nº100 de Diana]