Fragmento #66 - El abrazo

- ¡Eh, Jaime! - Me saludan desde la otra parte del teléfono. - La tropa ha quedado esta noche para irnos a la discoteca, ¿te apuntas?
- Esta noche, no. Gracias de todas formas.
- ¿Y eso?
- No me encuentro con ánimos, la verdad.
- ¡No me lo puedo creer! Si eres el alma de la fiesta, además habrá pibitas nuevas.
- Ya...
- Jaime, si con dos palabras de tu boca ya las tienes a tu merced, por lo menos así era en los viejos tiempos. - Los viejos tiempos, cuando nada importaba. - Vente, por favor.
- No, de veras que no tengo ganas.
- Bueno, pero me debes una invitación para desayunar y contarme qué te pasa.
Me despido de él.

El mundo parece pasarlo en grande esta noche. Pero para mi, esta noche es como todas las demás, solitaria. Y encima, no hay nadie en casa, con lo cual, la fiesta está servida. No sé por qué le he dicho que no voy, podría emborracharme a mi antojo y quizás pasar la noche en los brazos de una buena mujer. Pero hoy hay algo dentro de mí que me impulsa a negar la propuesta. Busco en el mueble bar algo que mi estómago reciba con entusiasmo. ¡Una botella de Carlos I! Mi padre la tiene guardada desde hace años, creo que ya es un brandy. Carlos tu serás mi mejor amigo.

Me voy a sentar cuando escucho música. Música romántica. Abro la ventana que da a la de los vecinos, y descubro que ambos bailan como si el mundo no existiera para ellos. Son jóvenes, viven juntos y se quieren. ¿Encontraré yo la felicidad? Jaime, por Dios, qué preguntas tienes, por supuesto, que no la encontrarás. Cierro la ventana y los dejo solos. Me sirvo un primer vaso que lo apuro de un trago y luego sigue otra. Y otra. Hasta que descubro que tengo un suelo giratorio o una cabeza que hace girar el suelo, ya estoy en el mundo de Sara, el mundo fantástico, ¿cuántas veces habrá alcanzado Platón este mundo de ensueño?

Llaman a la puerta y mi primera reacción es acordarme de la familia de quien llama. La mirilla me dice que es Elena, muy oportuna. La última vez que estuvo en casa me pilló emborrachándome, parece que haya transcurrido una eternidad desde entonces. Me dice que si puede pasar la noche aquí. Asiento con la cabeza. Se acabó la fiesta. Guardo la botella y el vaso, le preparo el sofá y le digo que me voy a la cama. En la nevera encontrará todo lo que necesite. Pero ella me pide que pase la noche a su lado, en el sofá. Me siento a su vera y me abraza, llora. Me está poniéndo empapado con sus putas lágrimas, pero no digo nada, solo le paso el brazo por encima y le acaricio el pelo, intento calmarla, y ella se queda dormida.

Apaga la luz, Jaime, ya hemos sufrido mucho por hoy.