Fragmento #69 - El dos de Marzo

Los buenos días se han ido como vinieron, sin decir nada. Aquí solo se han quedado los nubarrones para los mortales. Y cuatro ramos de claveles rojos y frescos para los santos. Por supuesto, yo no he financiado, ni parte, ni la totalidad de las flores; porque no vengo a colmarlos de pétalos, sino a decirle dos palabritas a San Judas y a su repertorio de secuaces. Juzgadores de un mundo que no comprenden por sus leyes divinas. Arderán en el infierno.

Entramos en el sagrado templo. Un ramo para este santo, aquel para este otro... Encima, como mi querida abuelita no llega, los tengo que poner yo. Lo que me faltaba. La figura me mira como suplicante y yo le digo con la mirada que si espera que le cante un "Padre Nuestro" lo lleva claro. Una señora mayor, de aspecto extraño, me agarra del brazo y me pregunta que de qué es abogado el santo al que le reza. Pues, ¿para qué coño le reza? A ver si va a ser abogado del demonio, señora, y va a convertir a su hija en una loca posesa, verde y repulsiva.

Llegamos frente a la madre de todos los santos, de este templo: San Judas. Tiene tres estantes llenos de velas. Sonrío. ¡Venga ya! No me digas que esto funciona y que la gente se lo cree. Porque es para coger y preguntar a San Judas en qué se equivocó Sara, ella era devota y murió. ¿Le sirvió de algo rezar? Pero nadie dice nada, todos dedican sus caritas de corderitos degollados a la estatuilla, pidiendo que el día de mañana tengan salud para disfrutar de las instalaciones de Dios, en el otro barrio. Y ¿qué pretenden? Una pregunta que viene como anillo al dedo, cuando veo que una mujer, exageradamente vestida para que todos digan que tiene pasta; coge una de esas velas (que representan las ilusiones, las promesas, la fe... La vida) para que el fuego prenda la mecha de la suya. Eso somos para el resto de los mortales, útiles de labranza.

Me acerco al estante y miro el correr del fuego de las velas. ¡Tantas vidas! San Judas puede freírse con tanto fuego, pero, no les debo nada a los subalternos de Dios. Así que me dedico a encender las velas, cuya llama se ha extinguido. Creo que hasta nosotros los mortales necesitamos de ilusiones en esta cruel vida. No lo hago por los santos, a ellos no le debo nada. Quizá me den algo a cambio de mi buena acción. Pero los milagros para los creyentes en Cuarto Milenio. Para mí, la soledad.

Mi móvil vibra. Y continúa vibrando. Descuelgo. Es Joaquín. Dice que la chica del Sábado no deja de preguntar por mí y que se llama... Vaya, he colgado. Si lo que los santos me iban a dar era el nombre de un ángel, se la pueden quedar.
No quiero deberles nada.