Fragmento #98 - Mimosa

La dulce fragancia de la mimosa me embriaga. Desde la ventana de mi nueva habitación puedo contemplar el ir y venir de sus pequeñas hojas verdes y de los diminutos pompones amarillos.
Amako descansa boca arriba en su cama. Tiene los ojos cerrados y respira acompasadamente. Según me contó, medita desde que era pequeña, sus padres la enviaron con unos monjes cuando empezaron sus problemas, pensaron que la serenidad de un monasterio la ayudaría, pero sólo sirvió para incrementar aquello de lo que huía.
-Ya he terminado –susurro satisfecha.
Ella interrumpe su relajado vacío y mira el ave de papel que sostengo entre las manos.
-Te ha quedado muy bien –comenta con aire maternal.
-Supongo… -la verdad es que parece más una paloma que un fénix.
-Está muy bien Astrid, no esperes que te quede perfecto a la primera.
-Cuando te vayas tendré mucho tiempo para practicar, ¿no?
No quería recriminárselo. Pedirle a alguien que se quede encerrada en un lugar como este para no quedarte sola, se pasa del límite del egoísmo.
-Dijiste que si nos ponían juntas durante el tiempo que me quedara no volveríamos a hablar de ello.
-Lo sé. Perdóname.
Ella es consciente de que cuando se marche me quedaré sola con el monstruo que trata de engullirme. Es cierto que la medicación y los ejercicios de concentración me están ayudando. Incluso en los casos extremos, los tratamientos son eficaces, por dolorosos que resulten. El dolor, la confusión, es preferible a él. Pero cuando ella se marche, ¿quién cuidará de mí? ¿Con quien hablaré?
-Te llamaré cada dos días, lo prometo –susurra ella abrazándome como si me hubiera leído la mente.
Tío Bernard ha empezado a visitarme una vez por semana. Laura también ha venido y me llama de vez en cuando para saber cómo estoy. Noa y Tánit me llaman y me envían regalos, prefiero que no vengan por aquí, no es lugar para un par de chavales que sólo piensan en discotecas y en exámenes. No he vuelto a ver a Mario.
Me acurruco contra la pared contemplando el ir y venir del árbol verde y amarillo.
-Es muy hermosa –dice Amako-, una flor mágica, parece hecha por hadas, ¿verdad?
Asiento. Como la flor de la cebolla, la mimosa, siempre me ha parecido de otro mundo. Por algún motivo esas flores siempre me han hecho soñar.
-No te vas a quedar sola y, además, pronto te curarás.
Querría creerla, pero las dos sabemos que aquí dentro las cosas no son tan fáciles.