Fragmento #99 - Hotel Gurú en concierto

Sentada en la cama, apoyando la mejilla contra la fría ventana, escucho las canciones que tío Bernard me grabó en el reproductor de mp3. Rememoro mi última noche de libertad.

El Dr. Roig había dicho que necesitaba contacto con el mundo, ver que las cosas no desaparecían cuando yo no estaba. Así fue como tío Bernard decidió llevarme a un concierto. El grupo de un amigo suyo tocaba en el teatro del Ateneu y le pareció perfecto.
El vestido nuevo resplandecía bajo las farolas como si tuviera luz propia. Era rojo, con abalorios negros que formaban enredaderas alrededor de mi cuerpo. Al fin me había crecido un poco el pelo y mi imagen reflejada en los escaparates no me desagradaba del todo. Tío Bernard llevaba tejanos y americana, serio pero informal; estaba muy guapo.
-¿Es muy amigo tuyo? –pregunté haciendo referencia al compositor del grupo, aquel que nos había invitado.
-Sí, nos conocemos desde hace muchos años. Es una larga historia –respondió con una amplia sonrisa en parte forzada.
Sabía que aquella situación le resultaba un poco incomoda. A pesar de que el Dr. Roig le había asegurado que ya no era peligrosa, él no acababa de saber qué podía esperar de mí.
La arcada del antiguo edificio nos recibió engalanada de fiesta. Nos indicaron que el concierto era en la segunda planta y, cogiendo un antiguo ascensor con cabina de madera, subimos hasta un piso forrado de libros y sillas de época.
-Es como adentrarse en otra época –comenté en un susurro, más para mi que para mi acompañante.
-La primera vez que vine pensé que eran demasiado snops, pero me gusta que existan este tipo de sitios, lugares donde se da un empujón a la cultura.
Le miré desconcertada. Aquella no era una típica respuesta de tío Bernard, casi parecía contenerse en su forma de hablar y juzgar.
Debió darse cuenta de mi reacción, pues aceleró el paso, y subiendo unas escaleras de mármol dio nuestros nombres a una chica que esperaba en la puerta del teatro.
-Sí, están en la lista –dijo marcando nuestros apellidos con un tik rojo.
La sala estaba abarrotada, pero las dos primeras filas permanecían vacías. Eso me recordó a las clases, donde los alumnos nunca quieren estar demasiado cerca de los profesores, en parte para no ser oídos, en parte para no parecer pelotas.
Al poco de sentarnos el concierto empezó. Un simpático telonero nos cantó cuatro hermosas canciones en un estilo completamente clásico. Después entró el grupo acompañado de una ovación general.
La gente reía, daba palmadas queriendo ser partícipes de las canciones, los músicos tocaban con energía y compañerismo.
Cuando terminó el concierto, tío Bernard me agarró y me llevó hasta un lateral del escenario. Su amigo, el pianista, firmaba las carátulas de unos discos a sus admiradoras.
-Hola –saludó tío Bernard.
Ambos se abrazaron.
-¿Esta es Astrid? –dijo él.
Yo asentí. Me sentía avergonzada ante un personaje de su calibre. Una niña loca que había podido salir una noche para ver un concierto, saludaba abiertamente a un miembro del grupo.
-¿Qué te han parecido las canciones? –preguntó con aire inocente.
Estudié su semblante de rasgos agradables y aniñados. Tenía una mirada dulce en la que podías sentirte cómodo, sin ser juzgado y todavía menos condenado.
-Me ha gustado mucho el concierto, especialmente las melodías –respondí-. Deberíais hacer un disco melódico.
No sabía de dónde había sacado la valentía para decir aquello, como si realmente pudiera dar una opinión valida sin tener idea de música, pero él sonrió satisfecho y me dio las gracias con júbilo.
Nos invitaron a tomar algo con algunos miembros del grupo. Tío Bernard iba de un lado a otro, hablando con todos, sin quitarme la vista de encima.
Lo pasé bien. Nadie me trató como un bicho raro. Una chica me preguntó cómo era estar en un psiquiátrico, pero a parte de eso nadie pareció darle importancia a mi noche de libertad.
Cuando nos despedimos, el músico volvió a acercarse a mí.
-La locura es algo relativo –dijo-, a veces sólo necesitamos darnos cuenta de la fuerza real que poseemos y así vencer nuestros demonios.
Me dio una libretita moleskine y sonrió mientras susurraba:
-También puedes exorcizarlos, sólo tienes que escribir aquí, destruirlos en tu imaginación. Espero que algún día me lo dejes leer.
Al día siguiente, tío Bernard me trajo la música y me dijo que su amigo había quedado encantado conmigo. Me explicó que era escritor, no sólo músico, y que le había pedido la dirección del centro para poder visitarme.

Miro la libretita abierta por la primera hoja en blanco. Un carboncillo me servirá de lápiz, pues no me permiten tener nada puntiagudo. “Sombras del pasado”, escribo como título.
Dibujar me sirvió para destapar la caja de Pandora, quizá escribir me ayude a cerrarla.