Fragmento #103 - ¿Le sirvo un culebrón?

Patético. Creí que sería capaz de decirle que no, pero lo he vuelto a hacer. He quedado con Alma dentro de unos minutos en este pub. Soy patético. Debería dejarla que se pudra con sus nocivos sentimientos en su casucha, pero no, yo tenía que quedar con ella. Además, aunque permaneciese en su chabola seguramente no sabría por qué reprimirse, ya que cree que yo no la he visto con el chaval. ¿Cómo se llamaba? Bah, no me acuerdo y sinceramente, no creo que merezca la pena.

El camarero trae de mala gana el cubata. Seguramente esta malhumorado porque yo no soy ninguna chica a la que guiñarle un ojo, como lleva haciendo durante la velada. Miro con melancolía la bebida. Joder, otro verano como el del año pasado. Con la cantidad de cosas que han pasado a lo largo de este curso y resulta que voy a terminar igual que lo empecé. Solo. En fin, supongo que es el precio que debo pagar por mi libertad académica. Pero, ¿cómo ha podido hacerme esto?

Alma llega, sonríe. Se sienta y da una vaga excusa del por qué ha llegado tarde. No digas más, preciosa, ya sé con quién estabas.
- ¿Y tu qué? Ayer te estuve esperando en la puerta.
- Sí, pero me puse algo indispuesto y decidí irme a mi casa.
- ¡Ay, mi niño! La próxima vez, avísame.
- ¿Para qué? - Contrólate, Jaime. Ese tono a la defensiva ofende.
- Para cuidarte, Jaime. - Creo que se ha dado cuenta. ¿Y qué?
El camarero llega. Alma pide lo mismo que tomo yo y él le guiña un ojo. No ligas mucho, ¿verdad? Ya... Lo suponía.

La bebida de Alma fue colocada solemnemente en la mesa.
- Por nosotros. - Propone.
- Por tu ex. - Silencio. Yo doy un sorbo a la bebida. - Que soy yo.
Lentamente deposita la copa en la mesa. En sus ojos hay ¿dolor?, no, más bien rabia.
- ¿Cortas conmigo? - ¿Es orgullo lo que percibo en su voz? - ¿Por qué?
- Alma, lo sé todo. No, no me interesa que me des explicaciones. Para mi ha quedado muy claro lo que soy.

Se levanta y se va a marchar.
- Lo entiendo, Jaime. Supongo que ayer me viste con mi ex. Sí. No voy a malgastar tiempo y saliva en intentar convencerte de que hay una explicación. Pero tu nunca lo entenderías. - Hace una pausa. - Solo quiero que sepas que como a ti no he amado en la vida, a nadie. Obviamente, no sabes nada y entiendo tu decisión. Gracias por estos meses tan maravillosos. Adiós.

Vaya, no esperaba esto.

Como si hubiese salido de un sueño, algo me devuelve a la realidad. La gente está expectante mirándome. Oigo gritos. Un momento, no es a mí sino a dos que se están metiendo mano. ¿Es que nadie va a hacer nada? Me levanto y me dirijo hacia las tías. ¡Coño! Corre Jaime o la que tiene pinta de putón berbenero le abre un nuevo orificio en la cara a la que está en el suelo.

La putona suelta todo tipo de improperios, manotazos, arañazos e incluso mordiscos; mientras la sujeto y la otra hace lo propio. Es imposible separarlas. Joder y no se callan, ¿Se creen el centro del universo? Bien, le daré a la otra, simuladamente, motivos para ser el centro de atención. ¡Ups! Se me ha escapado el codo y te he partido la nariz.
- ¡No toques a mi novia, capullo! - Ya está, aquí viene la caballería.

El tío se avalanza sobre mí y me tira al suelo. Hago palanca con mis piernas y el sujeto vuela sobre mí. Ya está. Separados. Y entonces ocurre. La gente ahota si intenta separarnos. ¡Qué sociedad tan machista!

Sirenas. Pero no de mar, sino de la placa y la bandera.
- ¿Qué pasa aquí?
- Estos cuatro han organizado una pelea.
Habla el camarero del tic en el ojo.
- Muy bien, acompáñenos a comisaria, que van a pasar una agradable noche.
Y entonces le doy gracias a Dios por tener tan eficiente sistema de seguridad (y autoridad) que no entiende de machismos. Son como Dios, todos somos iguales ante ellos.