Domingo 11 de Octubre
En Sevilla
No sé si es porque soy gilipollas o porque tengo mala suerte, pero el caso es que siempre la cago. Ayer hablamos por el Messenger Jose y yo, me dijo que estaba solo en casa, que si quedábamos y demás. Fui a darle una vuelta. Charlamos y tal, una cosa llevó a la otra…
- ¿Qué vamos a hacer ahora? –pregunté más para mí que para él mientras me ponía el sujetador.
- ¿A qué te refieres? –dijo, todavía desnudo, andando por su cuarto.
- ¿Cómo nos vamos a saludar por la calle? ¿Cómo vamos a mirarnos después de esto?
- Pues no sé tía, como siempre, ¿no?
- No sé… es tan raro.
- Eso tiene su morbo.
Miré para el suelo, indecisa. Después lo pensé, y supuse que yo estaba esperando un abrazo, un beso, o tal vez palabras suaves y cariñosas por su parte, es hormonal no sensiblería, pero me quedé con las ganas.
- Bueno ¿qué? –preguntó subiéndose los pantalones, por fin.
- ¿Qué de qué?
- ¿Qué vas a hacer ahora?
- He quedado en un rato, sobre las nueve y media o diez. Pero todavía es temprano ¿no?
- Son las nueve y veinte, no es tan temprano.
Miré mi móvil. Yo había pisado la casa hacía veinte minutos. Me parecía temprano para irme ya, ahora mismo no tenía ganas de ver a mis amigos.
- No sé qué hacer… a lo mejor debería irme… -vi en su cara la duda-. Bueno, podemos echar otro.
- No sé tía…
Aquellas palabras me hicieron vestirme a la velocidad de un rayo, más o menos la misma a la que él me había desnudado. Me coloqué el bolso y los zapatos. Salí de su cuarto y me dirigí seguida por él a la puerta.
- ¿Sabes que me siento como una puta que va a domicilio?
El muy cabrón se echó a reír pero no dijo nada para aliviarme. Me abrió la puerta y ambos miramos al ascensor.
- Mira, si lo tienes ahí, perfecto ¿no?
-Sí, claro. –me di la vuelta saliendo por la puerta y sin mirar-. Adiós Jose.
No esperé respuesta, aquello era el final. Parecía mentira que después de cómo le había consolado y había estado con él, ahora me tratase como a un polvo más. Me sentí dolida, mucho la verdad, pero al menos con eso supongo que se acaba todo ¿no? Al menos aquello nos dejaba claro a ambos que no éramos nada.
Miré el reloj. Es curioso cómo en menos de veinte minutos habíamos destrozado nuestra amistad. Una pena, podríamos habernos necesitado.