Fragmento #7 – David

Desde hace unos días David y yo hemos adoptado la sana costumbre de tomarnos una cerveza juntos al salir del trabajo. No deja de ser una rutina, pero la verdad es que nos viene muy bien. Él me escucha, yo le escucho, nos escuchamos… echaba de menos hacerlo. No hace falta que mencione mis “profundísimas” conversaciones con mi compañera de piso, ni las de mis compañeros de facultad, que son unos obsesos del estudio y la fiesta al mismo tiempo.
David escondía muchas cosas que me sorprenden: por ejemplo, no sabía que es pintor y que vive en una pequeña casa-taller en el centro con su novia. “Qué bohemio” pensaba yo constantemente. Y es que David tiene en cierto modo ese aire de artista solitario de principios de siglo; pelo alborotado, ojos tristes, con su mugriento ático lleno de lienzos y su borracha musa andando en pelotas por la casa. Sí señor, un topicazo detrás de otro… Qué de novelas has leído, Helena.
Estando yo abstraída en estos pensamientos, me suelta:
- Quizás te apetecería venir algún día.
- Eh... ¿a qué te refieres?
- Joder, Helena, tía, a veces se te va la pinza. ¿Dónde va a ser? A mi taller. Así te enseño algunos de mis trabajillos. No son gran cosa pero bueno, algo de dinero extra sí que saco.
- Claro que iré. Cuando tú digas.
David se sonroja, como pensando “tampoco soy tan bueno como para que vengan a verme”. Pero me lo tomo como un voto de confianza hacia mí, y eso me gusta. Me gusta que alguien tenga ilusión por su trabajo.
- Te envidio…- se me escapa. David no puede reprimir una sonora carcajada.
- ¿Y eso?
- No, por nada. Por cierto, te toca invitar.