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 Fragmento #88 – Carne, polvo, nada…

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Naos

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Fragmento #88 – Carne, polvo, nada… Empty
MessageSujet: Fragmento #88 – Carne, polvo, nada…   Fragmento #88 – Carne, polvo, nada… Empty07.01.09 20:24

Jueves, 4 de Septiembre de 2008
En Alanís

Y como si de magia se tratara, el padre de Isabel murió. Tras abrir la casa de Alanís y acomodarse, colgar en el ropero las pocas prendas que llevaban y limpiar un poco los cuartos, el señor Ignacio Ávila se acostó a descansar un poco en su cama de siempre y se consumió entre las sábanas amarillentas del ajuar de su boda. Tal como él había querido. Parecía que había esperado el momento, esperaba dar sus últimos suspiros entre el olor a alcanfor de las sábanas. Isabel no se lo creía, se sintió hasta culpable por haberse ido al pueblo. En esos momentos se piensan muchas estupideces.
Y no tardó en llamarme Isabel para que acudiera al entierro. Y conmigo venía Ernesto, los dos en su viejo escarabajo llegamos al pueblo a media mañana. En la casa de Isabel se rezaba por el alma del difunto y se preparaba el sepelio.

Las campanas de la iglesia tañen con el inconfundible repiqueteo de difuntos. La familia de Isabel la acompaña en su casa. Los hombres esperan afuera, en la calle. Hablan entre ellos y fuman; nos presentamos: «Somos amigos de Isabel, de Sevilla». Estrechamos las manos y se acerca un primo de Isabel que conocí la última vez que estuve aquí.
- ¿Qué tal, Mario?- me pregunta mientras me pone una mano sobre el hombro.
- Aquí estamos… Lo siento mucho por lo de tu tío.
- Bueno… A todos nos llega la hora y para vivir como vivía… Mejor así, la verdad.
- Sí…
- Bueno, entra a ver a Isabel. Está dentro con las mujeres…
Entro en la casa y Ernesto va detrás de mí, el salón lo preside el ataud y alrededor una decena de sillas. Mujeres vestidas de negro, rosario en mano, murmurando alguna oración al unísono. Isabel está sentada en la silla de en medio, también con un traje negro (pero no de luto) y con el rosario entre las manos, aunque parece que no reza. Alza la vista y nos ve, se levanta y un leve brillo de felicidad asoma por sus ojos llorosos.
- Gracias por venir…- nos dice apartándonos un poco del corro de mujeres.
- No hay de qué.- decimos a la vez Ernesto y yo.
- ¿Cómo estás?- le pregunto cogiéndole las manos.
- Tirando… Sólo tirando, Mario. Pero ahora descansa en paz y está con mamá o eso me dicen para tranquilizarme… ¡ya ves tú!
- Descansa en paz, no te preocupes.- dice Ernesto giñándole un ojo.
- Que es mejor así, me dicen…- continúa Isabel- Que ya no sufrirá más… ¡ya ves tú!
- Sólo intentan consolarte…- le digo.
- ¡Ya ves tú!- exclama y se echa a llorar entre mis brazos.

A la tarde los hombres llevaron a hombros el ataul hasta la iglesia y se celebró la misa. Isabel sentada en primera fila con sus primos parecía más tranquila. Ernesto y yo permanecíamos depíe al final de la iglesia, silenciosos y cabizbajos.

Carne, polvo, nada…
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