Fragmento #88 - Mario, ayúdame

Nuevas lágrimas recorren ahora mis mejillas, siguiendo el surco de sal que dejaron al secarse las anteriores. Me escuece la cara. Ya no siento las piernas. Mis dedos, con las uñas hechas aristas, sangrantes, se refrescan en la nieve. La masa compacta de agua congelada absorbe el rojo y se tiñe de rosa.
Contemplo la tumba recién cavada.
-Ojala fuera la mía –musito entre dientes.
Ahora estoy sola. No me siento vigilada. No sé a dónde ha ido él ni cuáles son sus próximos planes, pero me ha dejado unas horas de paz. Ahora puedo verlo todo con otros ojos… Ayer maté a un niño, una criatura que ahora duerme bajo la nieve, bajo la tierra. Apoyo la frente en el suelo y no tarda en helarse.
-Espero que algún día puedas perdonarme…
-Seguro que ya lo ha hecho –oigo a mis espaldas.
Mario, o mejor dicho “el ángel”, me sonríe trajeado de blanco. Si no enfoco la vista parece que sólo haya una cabeza hablándome, su vestimenta se confunde con la nieve.
-¿Por qué debería? –pregunto en un susurro.
A penas puedo contener la emoción de verle allí, aunque sólo sea una imagen, un espejismo, y no se trate del Mario real.
-Él lo sabe. Ahora conoce todas las respuestas. No te puede culpar por lo que pasó.
Niego con la cabeza. Eso es lo que yo desearía, que todo me fuera perdonado, poder volver a una vida normal, si es que alguna vez la tuve.
-¿Cómo estás? –Me levanto- .Quiero decir, ¿cómo está Mario?
Eleva las manos hacia el cielo y ríe.
-Ya le conoces, cuando llega la calma no tarda mucho en rodearse de problemas.
Descalza, cojeo hacia el interior de la casa. Él me sigue.
-Y tú, ¿cuándo te vas a ir de aquí?
-No puedo hacerlo, pondría en peligro a cualquiera que se cruzara en mi camino. Es mejor así.
-Hay otras soluciones, lo sabes. Entrégate.
-A quién… ¿Quién me va a creer?
-No se trata de eso. Tienes que alejarte de aquí antes de que te pierdas del todo.
-Sola no puedo… Si alguien me ayudara.
-Pídelo.
Se acerca. Su calido aliento me hace tiritar.
-Nadie puede oírme.
-Pídelo.
Me desplomo sobre las escaleras. Él se arrodilla frente a mí. Le abrazo con fuerza.
-Mario… Por favor, Mario… Ayúdame. Ven a buscarme…
La tristeza me consume. El dolor por todo lo que he hecho es más fuerte que las heridas que cubren mi cuerpo.
-Mario, ayúdame.