Fragmento #92 - Nuevos lugares, nuevos amigos

No sé cuánto tiempo hace que estoy aquí. Hoy por fin puedo ponerme en pie. Siguen sedándome, no estoy segura de qué me dan, pero no es tan fuerte como lo que me inyectaban, las pastillas me dejan fuerzas para moverme.
Los zuecos blancos están en el suelo desinfectado, esperándome, diciendo: “Venga, Astrid, vamos a dar un paseo”. Me calzo y voy a buscar una chaquetita azul cielo sobre el respaldo de la butaca donde tío Bernard ha estado durante todas estas horas.
Me miro en el reflejo de la ventana. Parezco una puñetera nube, toda azulita. Tío Bernard me trajo ropa, pero no me dejan ponérmela.
Paso mi mano por la superficie rasposa de mi pelo recién cortado. Dijeron que podía tener piojos y no pensaban arriesgarse a que contagiara a los demás.
Abro la puerta y salgo al pasillo. Una mujer extremadamente delgada se apoya en la pared, abrazándose a sí misma, mirándose los pies descalzos. Un hombre de unos cuarenta está de cuclillas ante una puerta cerrada, balanceándose de adelante atrás sin interrupción. Decido no mirarlos, seguir hacia delante.
Escucho el ruido sordo de los zancos. Para eso deben ser, para que no hagamos demasiado ruido.
Llego a una sala amplia y blanca, con muchas ventanas con barrotes negros que cuadriculan el paisaje de árboles verdes, mar embravecido, y cielo azul grisáceo. Hay mesas, sillas y sofás esparcidos por la sala como juguetes viejos, sin orden ni sentido. Miro a quienes los ocupan. Seres igual de erráticos que los que he visto en el pasillo.
Localizo una silla vacía y la acerco a una ventana. Me siento y miro al exterior. Me pregunto cuándo se habrá ido tío Bernard, cuándo ha decidido que era mejor abandonarme aquí.
-Hola, ¿estás sola?
Una voz dulce y decidida me sorprende, no esperaba que por aquí estuvieran en condiciones de mantener una conversación. Me giro y estudio a mi interlocutor. Una chica de rasgos orientales y piel pálida. Sus ojos grises enmarcados por una media melena morena me escudriñan a mí también. Su físico es envidiable, debe hacer ejercicio, es atlética, pero tiene algo de lo que yo carezco, un buen par de pechos. Sus pantalones azules han sido recortados por debajo de la rodilla, como unos pirata, y lleva una coletita a cada lado de la cabeza que le da un aire infantil que su sonrisa pícara acentúa. Huelo peligro en ella, pero por alguna razón me gusta.
-Sí, estoy sola. No me apetece demasiado mezclarme con los demás.
Mi voz suena apagada, agotada.
-Vaya, veo que te están dando fuerte… ¿Pastillas rojas?
Asiento con la cabeza.
-Esas te dan un buen pelotazo –dice riendo y acercando otra silla a mi lado.
-¿Cómo te llamas? –pregunto.
-Puedes llamarme como quieras –responde -, llevo tanto tiempo aquí dentro que ya me da igual que nombre me pusieran mis progenitores.
Sonrío. Parece tomarse todo esto con la suficiente ironía como para sobrevivir.
-Mi nombre es Astrid.
-Vaya, una estrella.
Se recuesta sobre el respaldo dejando la silla a dos patas.
-Me gusta tu nombre, a mi también me gustaría tener uno que significara algo grande.
Nunca me había parado a pensar en el significado de mi nombre, pero supongo que es cierto, que tiene algo hermoso.
-¿Por qué estás aquí? –me pregunta llevándose a los labios el tubo de un bolígrafo y haciendo como si fumara, tragando el aire por él y alejándolo de su boca, soltando un humo inexistente.
-Por hacer daño a mucha gente… Por matar a un niño –respondo.
Ella no se inmuta, sólo asiente con la cabeza.
-Vamos, que te van a dejar aquí durante una buena temporada. Estás jodida, preciosa.
-Todavía no ha habido juicio.
-Sí, bueno, ¿y que has dicho para que te trajeran aquí en lugar de llevarte a una prisión preventiva de menores?
-La verdad.
-Ya, la verdad.
-Lo hice para salvarle… No quería que fuera como yo.
-Muy noble por tu parte.
-No sé si fue noble o no, pero…, es lo que sucedió, no puedo cambiarlo. Al menos aquí él no puede alcanzarme.
-Él… ¿Quién es él?
-Un monstruo.
Ella sonríe guardando el falso cigarro en el bolsillo del pantalón.
-Sí, he conocido a unos cuantos de esos. Tranquila, aquí estarás mejor que en una celda, créeme. Somos enfermos, puede que alguna vez te maltraten o que te droguen tanto que te dejen gilipollas durante unos días, pero de aquí saldrás sin mancha. Y si ese monstruo no te abandona, bueno…, deja pasar el tiempo y miente.
-Gracias.
Se levanta y me acaricia la cabeza.
-Te queda bien, tienes un cráneo muy bonito, a mi me quedaba realmente mal…, pero bueno, de eso hace más de ocho años.
Mi nueva amiga se aleja dejando una silla vacía a mi lado. Su cuerpo se contonea y sus pasos parecen saltitos alegres. Todos la miran cuando pasa ante ellos, en sus ojos hay una mezcla de miedo y admiración. Incluso los enfermeros la miran así.
Vuelvo mi vista hacia el exterior. Ha empezado a llover.
-Estoy en el mejor lugar… Sí, aquí es donde debo estar.