Fragmento #83 - Una sombra en el Sena

A veces juraría que el Sena es un río tímido. Camino por París sin despegar la vista del suelo y, cuando me doy cuenta, vuelvo a él y tengo que agarrarme a una farola para no sobrecogerme. El Sena no se limita a bañar París, no. La gente transita la ciudad como si fuera de otra forma, a veces (cuando estoy borracho, sobre todo) me deslumbran, me hieren sus siluetas alrededor del río. Pero tímidamente, sin romper este hechizo extraño.
Mañana veo a Michelle. Por fin, tras demasiado tiempo por aquí, repartiendo folletos por buzones y descargando cajas de camiones para dormir sobre un colchón desnudo y comer pan. He estado escribiendo, sí, pero ni eso ha podido devolverme el sueño estos días. Creo que he venido hasta aquí por ella, o por volver a París. Pero creo que ella tiene algo que ver.
Mordisqueo una hogaza y descubro que, una vez más, he vuelto al Sena. Estoy solo, no hay nadie aquí. Se levanta algo de aire, aunque no está siendo un Octubre particularmente frío. Me pongo la chaquetilla y tiro al río lo que me queda de pan. ¿Y si no va? ¿Y si decide irse, o no me reconoce? ¿Y si no me entiende? La última vez, ninguno hablaba la lengua del otro. No me he parado a pensar casi nada, no hice ni siquiera caso a Pablo. ¿Y si no entiende qué hago allí, por qué he ido? ¿Cómo puedo decirle que he vuelto a París por ella?
Emprendo el camino de vuelta a mi colchón desnudo. A lo lejos, cortando la luz que ya se va con el atardecer, una pareja se pierde en su silueta al contraluz.