Fragmento #125 - Con Ronald Mac Donald todo es magia

El restaurante parece sacado de una peli de James Bond. Buen ambiente, buena música de fondo y una compañía, por Diana, excelente.

Si la chica fuese de mi estilo, podría asegurar que el final de la velada terminaría en la cama de nuestra habitación, en el hotel. Pero con Diana nunca se sabe.

La conozco muy poco, pero esa pequeña cantidad me determina que está loca de remate, que es una golfa y que no le importaría vender a más de uno por unos buenos zapatos de marca, más que de calidad y comodidad. Y, sin embargo, a pesar de querer mostrarse tal cual es, algo me dice que lo está pasando mal. Hace una eternidad yo me paraba a escuchar a los demás, pero no sé si ahora sería capaz. Lo intentaré.
- ¿Quién es Miguel?
Parece ser que eran novios. Cuesta creer que se enamorase de él, Diana no es del tipo de las que se deciden a sentar la cabeza.
- ¿Te puso los cuernos?
Genial. Por su respuesta no has estado muy acertado, Jaime. ¿Qué vas a decirle ahora? Podrías alegar que solo querías ayudar. Pero, no.
- ¿Eran grandes?
- ¿El qué? - Pregunta ella.
- Los cuernos. - Contesto con simplicidad.
Dice que no quiere hablar del tema.

Una parte de mí quiere abrazarla, decirle que no pasa nada, que ahí estoy yo. Pero, la otra parte me dice que ya tengo suficientes problemas como para hacerme cargo de los sufrimientos de los demás.
- Vámonos de aquí. Te invito a un happy meal. - No es mala terapia... Por algo se empieza.

Ella dice que no se va del restaurante sin llevarse una puta langosta en el tupper. Y ese comentario me remueve algo por dentro. Posiblemente lo esté pasando mal y solo lo achaca a la langosta.

Es para comérsela