Fragmento #91 - Motores, pasos y luces de sirena

El ruido de un motor corta el aire frío que cubre como un manto húmedo la casa.
Apoyo la cabeza contra el respaldo sucio de la butaca y me tapo con la chaqueta. Cierro los ojos y sigo el recorrido del coche por el caminillo. De repente para y yo abro los ojos sobresaltada.
Las puestas del auto se abren y se cierran de golpe. Unas voces discuten nerviosas. Rezo porque no se acerquen a la casa, no deseo ponerles en peligro. Pero nadie me escucha y la puerta se abre. Pasos. Dos personas entran.
-¿Astrid? –alguien me llama.
Me levanto en silencio. Sé donde hay que pisar para que no crujan las tablas. Como un ratón asustado recorro las sombras hasta ver lo que hay en el recibidor.
-Astrid, ¿estás ahí? Si no puedes hablar golpea algo.
Su amado rostro. Su mirada dulces. Su mandíbula enmarcada por una barba descuidada. Las ojeras me hablan de noches mal dormidas, su delgadez de su desesperación. Tío Bernard ha venido a buscarme.
Doy un paso al frente, hacia la luz, y él me ve. Sus ojos se desorbitan. Mi imagen debe ser más perturbadora de lo que imaginaba.
-Dios mío Astrid, ¿qué te ha pasado? –sus manos tiemblan cuando las pone frente a él, señalándome, esperando que me acerque.
-Un pie…, después el otro –me digo a mi misma ante la mirada confusa de tío Bernard.
Parece que al fin logro ponerme en marcha, pero entonces ella aparece de un lado de la estancia. Laura, mamá, ha venido con él. Él la ha traído y el recuerdo de sus palabras arrebatadas por la pasión, de su deseo por ella hiere mis entrañas. Una risa triunfal desgarra mi oído. Grito, chillo corriendo hacia ellos, pero tío Bernard ya esperaba algo así, no le cojo desprevenido y con un rápido movimiento me esquiva y me agarra con fuerza. Trato de zafarme, pero es más grande y a mi ya no me queda con qué luchar.
-Cerdo…, cerdo… -gimo entre lágrimas.
Él lo oye si su cara se descompone. Laura no entiende qué está ocurriendo, no sabe nada. Nos mira y en ese momento veo la luz roja y azul parpadeando en la entrada. Unos hombres de blanco, enfermeros, entran y al ver la escena, al verme, hablan con rapidez entre ellos y sacan una jeringuilla y un botecito de vidrio. Siento miedo, pánico, ¿qué van a hacerme?
-¿¡Qué cojones queréis hacerme?! ¡¡Suéltame!!
Pero nadie me escucha.
Laura sale afuera, tío Bernard evita mi mirada. Uno de los hombres de blanco se acerca y clavándome la aguja me inyecta su contenido. Un calor hormigueante llena mi pecho. Me siento pesada y flotante a la vez. Todo está borroso.
En los brazos de tío Bernard salgo de la casa. Ante el porche veo una ambulancia y un coche de policía. Me tumban en una camilla y me atan con correas.
-¿Es necesario? –pregunta tío Bernard.
-¿Tu lo preguntas? –responde Laura mirándome.
Los enfermeros no responden y me meten en la parte trasera de la ambulancia.
Tío Bernard se sienta a mi lado.
-Me gustaría ir con ella –dice.
Laura asiente.
Sonrío. Ellos me contemplan. La sombra, el monstruo, el titiritero, me mira desde los pies de la camilla. No puede tocarme, no puede agarrarme, no ahora. Si permaneciera siempre así…
-¡Aquí hay algo! –el grito de un hombre me devuelve a la realidad.
Lo bueno no dura, nunca dura.